El Arte de Pensar

No sólo nos gusta escribir lo que pensamos, si lo escrito no es leído, ¡para qué esforzarse buen amigo!, de poco vale en el papel plasmado, lo que pensamos, sin compartirlo.

sábado, 21 de junio de 2008

Leónidas -Canto 2º-


Al-Quram

Como el que nada bajo las aguas, a pulmón, si más me hubiera entrenado sería un genio de la letra, del tintero y del plumón. Y a quien crea lo contrario le reto, a que en tres días como a mí, no le nace un relato tan sencillo, tan veraz, tan erótico y grato.

Siempre imaginé una vida con Elisa, unos proyectos, un futuro. Tener una casa con jardín en las afueras, lejos de los ruidos y la contaminación de la ciudad, con su pequeña piscina, para refrescarse en verano, con su chimenea, para el frío invierno. Una biblioteca selecta, clasificada por géneros, novela, relato, poesía, narrativa y biografías. Un comedor con hermosas vistas, gran cocina y un salón para escuchar música, la lectura y reflexión, y un observatorio con telescopio, por lo de la afición. Me pregunté siempre el porqué de los nombres árabes, en las estrellas son legión. ¨Que no sólo de pan vive el hombre¨, y no me refiero al espíritu. En la comida variada está el gusto. El sentarse a la mesa, y disfrutar de ése o aquél fruto. Palabras de Elisa que en su momento no comprendí, escritas en lámina dorada, de la columna en su casa colgadas, en un Duty Free, y en delicado cristal enmarcadas. Sorprender quise a Elisa haciendo copia de llaves en la esquina y con prisa. Llevar un presente a la amada, y contemplar las escenas, en color, en blanco y negro, de sexo, de amor y de muerte, me muero de risa. A nadie le doy a comer la comida que en ese mal rato comí. Sorprender sorprendiendo, sorprendido me fui. Entre en la casa despacio, sin hacer ruido. Se escuchaban voces. Elisa estudiaba idiomas, no quise interrumpir. Debía ser reunión, en idioma de las noches mil. Y así decían las voces en la clase estudiantil:

-Lamemmelatu-, -elmetelame-, -quetelametele-, -metemmelatu-.....
-¡yaahh-hhhuu!-, -¡¿nene-lametesya?!-. Estaba claro, hablaban en árabe un tanto enfadados. Recuerdo que Elisa sabía varios idiomas. -Por Alí, por ála.......por Alá, pordose...... -¡selalamoyo!-,
-¡metemela!-. -¡Ah-eh-iihh-oohh-uuuh!-. Elisa sabía Frances, Birmano, Cubana, en su día le rectifiqué: ¬Se dice Cubano, y le añadí: -Es el mismo que el castellano-. Ese no lo conozco. No he tenido el gusto, -respondió-. También sabía Griego, y un idioma extraño que se llamaba el beso negro. ¿O sería Gitano?. Lo que nunca supe es que hablara árabe. ¡Y también!. Me asomé un tanto extrañado por la discusión, y miré por la rendija, ¿o se dice raja ?, con discreción, por la puerta en su parte más baja, y entré en situación. Elisa se alzaba sobre el negro zumbón, que salía y entraba, entraba y salía. Abierto el debate se debatía, entre dos brazos morunos de nata y chocolate. Uno ya cocía, el otro en su boca cocerse quería. Me esperaba una sorpresa mayor, al darse la vuelta Elisa y ver, que entre sus piernas lucía un cimbreante pincel, que pronto ocultó boquita de joven doncella, eso dijera alguien y eso quisiera ella, que con sus labios y boca engulló. No me quise quedar hasta el fin. Imagino que Elisa quedó más blanca que un arlequín, cuando el Big Bang sucedió, transformando su nombre en Andrómeda, que la Vía Láctea engendró. Dejé el ramo de flores sobre la mesa, y en la nota ya escrita escribí, bajo la frase: ¨Que el olor de la rosa te recuerde a mí. Que su aroma recuerde nuestro amor¨ -Aquí-:

¨Que los negros no se peen, que no se tiren un pedo, sino sabrás el olor que desprenden los negros más feos. Al recordarme recordarás, el aroma de los infiernos, cuando corte el pincel tan molesto que impidió nuestro amor violado por estos ¨


Me despertó la radio. Se escuchaba una canción: -"a-e-i-o-u– Borriquito como tú, que no sabes ni la ¨U¨". -La que me despertó-. Pero no era la radio. Eran dos guitarreros en un callejón sin salida. Yo por el suelo. Una vieja y dos viejos, y dos jóvenes raperos se abrigaban del frío junto al brasero. Uno me dio una patada, el otro me encendió el mechero. Yo cogí una estaca. Los dos muchachos corrieron. Estaba aturdido. ¡¿Qué hacía yo aquí?!. Tumbado, sucio y herido, recordé los motivos:

Había tenido un mal sueño. Todavía llevaba en el bolsillo el sobre con el papel, anunciando el resultado: -"Positivo el Test de Elisa, el Wester Blood también"- Clínica Santos Vera. Paseo de los Olmos. Para el Sr. Leónidas Negri Mosteirín. Recordé a las prostitutas, no a las del sueño, cerca de aquí. Dos eran mujeres, la otra travestí. Recomendaciones muchas del inmunólogo doctor:
-Tiene una salud de hierro, cuídese mejor-. -Tome mucha fruta y verdura, nada de alcohol-. -Reduzca el tabaco, vitamina C por un tubo, naranja y limón-. -Que no bajen las defensas, periódica revisión-. -Ejercicio moderado y diario, practique la natación, en las relaciones sexuales tapado, si son estables mejor-. ¬Se me olvidó preguntarle, si estables con una o podían ser dos. -La medicación a sus horas, sagrada comunión-. -¡Qué ud. no está enfermo!, se lo digo yo-. -¡Arriba ese ánimo!, la enfermedad está lejos, sólo ha estado en contacto con un virus matador, que terminará matando si sigue los consejos de su inmunólogo doctor-.

Maldito Test de Elisa que en sueños recordé, en el cuerpo travestido que quería ser mujer. Al que yo ayudé a serlo cortando cual papel, la seña varonil de su infame cimbrel. Me marché a casa prefiriendo morir bajo techo, que no en la calle arrastrado, deshecho, sin sino y con pena, de mala manera. Prefiriendo morir a cobijo, después de quitarme la vida, el horizonte perdido, sin rumbo fijo, después de cortarme las venas.

Ya cerca caí al suelo, me levantó un hombre, me ayudó a subir la escalera, como pudo. ¡Pobre viejo!. Era yo dentro de un tiempo, cuando atrás quedara en la historia, si llegamos, lo que fuimos. Abrió la puerta, dentro los dos caímos. Se levantó el viejo ayudante y me dejó solo frente al destino. Cogí una cuchilla, me senté en el sillón, escribí unas líneas. La cuchilla en mis muñecas se hundió, de parte a parte, colgadas las dos y abiertas en un instante, las gotas rojas caían sobre las líneas escritas, las gotas de sangre. Gotas de vida, el cuerpo inerte, derramadas en un instante sobre líneas de muerte.

La habitación estaba en penumbra, tan sólo una luz sobre el escritorio dejaba ver un montón de libros en desorden y unos cuantos folios escritos, algunos manchados de sangre. La ventana abierta de par en par permitía la vista del horizonte ennegrecido y cerrado. Las cortinas danzaban movidas por el viento, preámbulo de una noche de tormenta. En arcadas, el viento vomitaba las primeras gotas de lluvia sobre el suelo de la habitación. Un reguero de color rojo se esparcía poco a poco por la misma. Intenté cerrar la ventana. Creí oír la sirena de una ambulancia. ¡Pronto llegaría el auxilio!. Aún no había llegado mi hora, aún me deparaba el destino, días de placer y de gloria, de rosas y vino. Me desvanecí, y pesadilla tuve de guerra, de muerte, de gente asustada tras las trincheras, ¿O era mercado?. En un bisinfin, una rueda dentada que no tiene principio, ni tampoco fin.

Llevaba Kefía y empuñaba un Kalashnikov. Ametrallaba lo que salía al paso. Era un infierno de llamas, de humo y de lodo. Era un ocaso. ¡Venid aquí! ¡Tomad!, morded el polvo. ¡Yo os cubro, marchaos todos!. Noté la presencia de alguien, no estaba solo. ¬¡Manasés!, ¿qué haces aquí?. ¬Ve tú por la izquierda Leo, yo iré a la derecha, -dijo-. Cerdos terroristas, -pensé-, se han inmolado en un mercado lleno de niños. Creí estar matando israelitas, y ahora son palestinos. Iban de visita al mercado donde perdieron sus vidas, por los profesores llevados a pasar un día en el centro de labor cotidiano. Mercado de muerte, de animales matados, de pollos sin alas, sin patas ni picos. En el muslo y entre muslo un corte, las pechugas aparte, las mollejas y el hígado para el cocido. De cerdos abiertos. De sus manjares selectos, los embutidos. Variadas legumbres, variadas verduras. Tomates, berenjenas y lechugas, al gusto de todos. Pepinillos en vinagre, pepinos y rábanos, pimientos verdes y rojos. Menuda ensalada, con la sangre de inocentes aderezada. Acompañada de la carne de animales, de jóvenes y viejos, que allí ofrecían, que allí vendieron, que allí compraban y allí murieron. Que la carn es a la carn, ya lo dijo el poeta, Ausiàs March ya lo dijo. Que todo es fiambre, si se seca y se reseca. Todo aprovechable, todo bueno, si lo bendijo algo santo, para nosotros y para ellos. El mercado estaba lleno de huevos, estaba lleno de muertos, de abortos de futuros polluelos. Mercado de la muerte que se cobró la vida de inocentes niños, que nadie compró y compraría, se convirtió en su tumba, se convirtió en su nicho. Desperté en el hospital sin conocer a nadie, la memoria perdida, tampoco a mis padres. El pensamiento todavía en el sueño. ¡Qué horror!, pobres niños. Obsesión que tendría hasta ver el sueño cumplido.

Palestina. -Franja de Gaza-. ¿Hospital Central?. ¬Al habla la unidad veintisiete. Preparen quirófanos y material quirúrgico. Llevamos heridos de distinta gravedad. Varios amputados. ¬¡Leo!... ¡Nos vamos!. Puede que lancen otro misil, -dijo mi compañero-. ¬Un momento Abdullah. Miré a través del humo y del fuego intentando ver algún rastro de vida entre aquél amasijo de cuerpos, de miembros y de cadáveres esparcidos. Me adentré en el escenario dantesco. Si el infierno existe, no puede ser otra cosa que esto. Saltaba pared tras pared. Los cuerpos, unos aplastados, otros sin miembros. Una madre abrazaba a su hijo. Sus cabezas destrozadas y juntas se confundían. Me sentí abatido y dejé caer mi frente y mis puños sobre el muro. Entonces escuché unos sollozos, al otro lado. Salté el muro y logré ver a una niña. Con las manos destrozadas, sin llorar sollozaba y se tapaba la cara. Cogí a la niña en brazos y salí del lugar, apresurado. No podía sortear los muros con la niña. Di varias vueltas y busqué distinta salida. Cuando llegué la unidad ya no estaba. Comencé una carrera con la niña, temiendo que un nuevo misil echase a perder tanto esfuerzo. ¬Aún no ha llegado mi hora, -me dije-. Tropecé, caí en una cuneta e intenté levantarme. Noté un fuerte dolor en la pierna izquierda, por suerte, la niña estaba ilesa. Un vehículo paró cerca de nosotros. Bajaron dos hombres que hablaban en árabe. Rescatados, sobre ruedas en el todo terreno, les pedí que me llevaran al hospital del centro. ¬¡No podemos!...... Ha sido destruido por un misil israelí. ¬¡¿Cómo?! -pregunté-. ¬Ha sido un mal entendido, -respondió uno de ellos-. El grupo Hamás lanzó un misil sobre Gaza. Las fuerzas de Al-Fatah atacaron territorio israelita creyendo que eran estos los causantes de la masacre. La destrucción del hospital ha sido la respuesta de Israel. ¬¿Hacia dónde vamos?, -pregunté-. ¬Nos dirigimos a un campamento de Hamás. ¬La niña está mal herida, necesita atención médica-. Hablaron entre ellos. ¬No tardaremos en llegar, allí será atendida. Después de dos horas de viaje llegamos a un control. Los árabes se identificaron y nos dejaron pasar. El vehículo paró frente a un barracón con el emblema de la media luna roja. Cogí a la niña y entré en la tienda.

¡Abdullah! ¬Hola Leo, respondió tranquilamente-. ¬La niña está mal herida Abdullah, necesita unas curas, antibióticos para prevenir la infección, comida y reposo. ¬Pásala aquí Leo, veamos cómo está la pequeña. Una vez cosidas sus manos, le inyectamos suero y unos sedantes. Se quedó dormida. ¬No entiendo nada Abdullah. ¡Tienes que explicarme qué sucede!. ¬Los árabes fueron enviados por mí, en tu búsqueda, -respondió-. Yo no llegué al hospital. Nos detuvieron en un control enemigo. Los heridos fueron tomados como presos. A mí me dejaron en libertad al identificarme como médico de la cruz roja. Nos equivocamos, fueron nuestros propios hermanos quienes atacaron. Fue Al-Fatah. ¬Así no vais a conseguir nada Abdullah. Hay que aunar fuerzas y esfuerzos. ¬No podemos aceptar una política que hace tantas concesiones Leo. Exigimos nuestros territorios sin posibilidad de compartirlos, y eso incluye Jerusalén. ¬Pero no podéis levantar una nación sobre la cenizas de otra. ¬Su nación queda muy lejos en el tiempo, nosotros hemos permanecido aquí, éstas han sido siempre nuestras tierras, -prosiguió-. Ellos fueron quienes se establecieron por la fuerza y ayudados por estados imperialistas se adueñaron de las mismas. ¬Abdullah, Israel ya existe como estado, y con pleno derecho, reconocido por Naciones Unidas. ¬Sí, pero a costa de ignorar a otro, -contestó-. Te recuerdo que vosotros os declaráis descendientes de los Filisteos. Estos como nación sólo dominaron la franja de Gaza. Sin embargo, Israel dominó gran parte de los territorios que reclama. ¬Dejémoslo estar, no llegaríamos a un entendimiento. Si filosofamos, o nos remontamos en la historia, tendríamos que hablar de Ismael e Isaac. ¿Quién fue el verdadero primogénito?. También de Abraham, y la promesa de Dios. De Jesús y de Muhammed, de Chiís y Sunys, de creyentes y ateos. De Musulmanes, de Cristianos y Judíos, y de quién merece las tierras, ¿quien las conquista, quien las reconquista, o a quienes fueron usurpadas?. Yo prefiero la lucha de las armas a la verborrea de los pactos, de las concesiones, que nos llevarían a ser un pequeño estado súbdito de Israel. Se produjo un silencio. ¬Y a ti Leo, ¿qué te ha traído por aquí?, lejos de tu país, de tu gente, para arriesgar tu vida por una causa que no es la tuya. ¬Ten en cuenta que éstas tierras son sagradas para tres confesiones distintas, cuyo Dios es el mismo. El conflicto de una u otra forma afecta a los miembros de cada una de ellas, -proseguí-. En mi caso, tuve un momento de debilidad, intenté suicidarme, -le mostré las cicatrices-, ya no tenía horizonte ni motivación para seguir viviendo. En un momento de lucidez pensé, que decidido a acabar con mi vida, podía arriesgarla de una forma más provechosa. Cuando desperté en el hospital no recordaba nada, salvo que era profesor de historia con estudios de enfermería, y el intento de suicidio. Tampoco reconocí a mis padres y demás parientes. Solicité mi admisión en un grupo de personas voluntarias para ayuda humanitaria en Oriente Próximo. Éste fue mi destino. ¬Te das cuenta Leo, -contestó Abdullah-, hablas de civilizaciones, de tierras santas y de arriesgar tu vida, en un conflicto que lo haces tuyo sin serlo, y sin tomar partido. Primero, -prosiguió-, hay que tener una idea clara y después ejecutarla. ¿A quién vas a salvar o socorrer?, ¿a un palestino?, ¿a un israelita?. Auxiliarás al palestino, y éste después atacará al israelí en un acto suicida o de cualquier otra forma. Auxiliarás al israelí y éste lanzará un nuevo misil a tu auxiliado palestino. Es un círculo que no tiene fin. No habrás conseguido nada, tan sólo creer que has hecho algo bueno a uno u otro, pero sin resolver nada. La ayuda humanitaria está bien cuando el conflicto está ya resuelto. Hay que tomar partido, y no dejarse llevar por el egoísmo de la satisfacción personal. Yo opté por las armas cuando comprendí que yo no era el agresor, sino el agredido. Poner la otra mejilla está bien para asuntos cotidianos, de convivencia pacífica. Para otros asuntos es mejor dar que recibir. ¬Pero, ¿y los niños?, -pregunté-. ¬Los niños se harán adultos y seguirán los pasos de sus padres. ¬Sí, -contesté-, pero para eso están la educación, la formación, la cultura, el ejemplo. ¬La educación Leo, la cultura, la formación...., sólo pueden darse en un estado de paz y tranquilidad, no en la situación actual. Ahora lo que hay es lo que hay. ¬No creo que....... -perdona Leo-, me interrumpió Abdullah, y se ausentó tras la cortina. Pude ver su silueta arrodillarse e inclinarse varias veces, a la vez que recitaba unas palabras. Un fanático más..........
-pensé-. Salió Abdullah y se quitó la bata. ¬Vamos a comer algo Leo, la niña estará dormida un buen rato. Salimos de la tienda. Observé baterías antiaéreas, una plataforma lanza-misiles y varios carros de combate, así como seis avionetas y algunos helicópteros. Entramos a otro barracón, en una especie de comedor. Nos sentamos en el suelo y se acercaron dos hermosas palestinas que traían varias fuentes con comida. Abdullah habló con las mujeres, se miraron una a la otra y rieron discretamente. ¬Ellas se ocuparán de la niña. Y tú Leo, ¿qué vas a hacer?. ¬Aún no lo tengo decidido, -contesté-. ¬¡Aixa!, prepara otra cama en mi tienda, -dijo a una de ellas-. Acabada la cena, una de las mujeres nos ofreció una bebida, que según Abdullah no llevaba alcohol, pero sabía tan fuerte como la arsenta. ¡Salud!, -dijo Abdullah bebiéndosela de un trago-. ¡Salud!, -dije imitándolo-. No lo pude soportar y estalló la tos en mi garganta. Abdullah soltó una carcajada. ¬La falta de costumbre amigo. ¡Salgamos!

Estaba anocheciendo. La luna menguante parecía el estandarte de la tierra en que me hallaba. Abdullah se volvió a ausentar. El cielo despejado y tranquilo, ajeno a lo que podía suceder en cualquier momento, un ataque israelí o un ataque de Al-Fatah. Dudé por un momento en mi misión. ¿Debía comunicar del contingente y armamento?, o dejarme llevar por los argumentos de Abdullah y unirme a ellos. Manasés estará esperando, Hamás no se anda con chiquitas, -pensé-, pueden morir muchos civiles inocentes, aunque para Abdullah no lo sean tanto. Llegó la noche y me fui a dormir con la intención de tomar una decisión al día siguiente. Estuve toda la noche en vela, debatiendo los porqués, los motivos, el sinsentido del conflicto. Las posibilidades de una convivencia pacífica, de respeto a los lugares santos de cada uno, entendiéndose en los nexos de unión de las tres creencias que no eran pocos. Pensé en Abraham y en su dios, en Isaac e Ismael. También en la Kaaba y su piedra sagrada, que descendió a la tierra desde los confines del universo más blanca que la leche, pero los pecados de los hijos de Adán la volvieron negra. Lugar en que se practicó la idolatría, adorando a multitud de ídolos y deidades, hasta que llegó Muhammed y destruyó todos estos falsos dioses para instaurar el monoteísmo de Abraham. Donde según cuentan, el profeta sólo respetó la imagen de la Virgen con el Niño. Jerusalén, desde donde Muhammed subió al Paraíso sobre la yegua alada llamada Burak, desde un lugar santo para los israelitas, el Haram- ach-Charif en la colina de Moria. Donde David construyó el Ara, y Salomón el primer templo Judío. Amanecía, no tenía nada claro y debía tomar una decisión. Diera o no diera información se iban a producir muertes de inocentes. Abdullah tenía razón, era un conflicto de ellos y entre ellos. Ayudar a unos era perjudicar a los otros. Yo no tenía una motivación patriótica o ideológica, sino egoísta. Tomé una decisión. Volver a mi tierra.

Abdullah me ofreció toda la ayuda necesaria para mi regreso. Le dije a Abdullah mi deseo de tener noticias suyas y de la niña. -Así será, me dijo-. Durante el viaje de regreso, en sueños, recordé a mis padres. El velo que cubría mi memoria había desaparecido. Mis ojos se abrieron al dejar atrás un mundo que no era el mío. A lo largo de los años mantuve contacto con Abdullah y Nadiya. Ésta fue adoptada por él. Hablábamos por teléfono. También, de vez en cuando, llegaba algún correo. Las últimas cartas de Nadiya venían sin remite, sólo el nombre. En unos días llegaría Nadiya con la intención de pasar aquí algunos meses, ampliar sus estudios y el conocimiento del castellano. Estaba ansioso esperando su llegada, deseando verla. Me dediqué a preparar su venida. Limpié de arriba a bajo, ordené toda la casa y cambié mi habitación, pensando que Nadiya estaría más cómoda en la mía, frente a la ventana. Había llegado el día. Me levanté temprano, de hecho poco dormí esa noche pensando en el encuentro. Pero Nadiya no llegaba. Quedé en el sillón dormido, no comí. Ya era avanzada la tarde, sólo estaba a la espera. Sonó el timbre. Abrí la puerta. Ante mí estaba Nadiya, hermosa, con su pelo y ojos negros, como salida de un cuento de las mil y una noches. Era más alta que yo, aunque no era necesario ser muy alto para pasarme en altura. Su voz, muy distinta a la escuchada por teléfono. ¡Nadiya!. Nos dimos besos y abrazos. Hablamos largo rato de su vida en Nablús, de sus inquietudes y aspiraciones, también de Abdullah, y de mí. Quería conocer muchas cosas, sitios y lugares, a la gente, aprender bien el idioma, y sobre todo estar a mi lado. ¬Deberías haber venido algún que otro año a mi tierra. ¬No podía, es muy difícil sin involucrarse en el conflicto. No podría soportarlo. El estar allí, creaba en mí un estado de ansiedad y confusión. No era feliz, por eso regresé. Además, el hecho de permanecer o regresar suponía aceptar la lucha armada y no me sentía motivado ni decidido a tal cosa. Pero disfrutemos ahora de nuestro encuentro. Regalémonos nuestra sonrisa, nuestra compañía y nuestro conocimiento. ¬Aunque no hemos dejado de hablar ni una sola semana, -dijo-, quiero que sepas que deseando verte te he echado mucho de menos. ¬Yo también a ti Nadiya. Le enseñé su habitación que había preparado. ¬Acomódate, mientras bajaré un instante. Necesito hacer unas compras. Bajé con la intención de comprar champagne, lo pensé en último momento. Al regresar todo era silencio. Nadiya había caído rendida y medio desnuda sobre la cama. No supe que hacer. No sabía su reacción, pues era mujer árabe, con otra cultura y religión. Decidido, entré en la habitación. La blusa entreabierta y la falda a la altura de las rodillas dejaba al descubierto su cuerpo, únicamente vestido por unas braguitas y unos transparentes sostenes que dejaban ver sus pezones oscuros, como sus ojos. Le quité la blusa, los zapatos y la falda. La hice a un lado y abrí la cama. Nadiya despertó. Estaba medio aturdida, como si hubiera tomado algún sedante. Le di de nuevo la vuelta y cubrí su hermoso cuerpo con las perfumadas sábanas. Alzando los brazos me sorprendió con un beso. ¬Gracias Leo. Apagué la luz y salí de la habitación. Aún no salía de mi asombro por la reacción de Nadiya. Ni tampoco se iba de mi mente la hermosura de sus encantos.

Me desperté pensando en ella, en sus veinti pocos años. Sonó el despertador. Las ocho y treinta. Me levanté con la intención de despertar a Nadiya, para aprovechar a su lado más horas del día. ¿Leo?, -se oyó desde el baño-. Estoy en el baño, -dijo-, ve tú desayunando, salgo en un momento. La imaginé mojada y desnuda bajo la lluvia de la ducha. Preparé el desayuno. Al rato apareció Nadiya, como una diosa. Vestía un camisón que dejaba ver sus rincones más secretos. Quebró la tostada que estaba mordiendo, cayó sobre el café, salpicó mi camisa y también el mantel. Nadiya, detrás de mí, tapó mis ojos con sus finas y cicatrizadas manos. Noté sus pechos sobre mi nuca, -dijo: "Hoy eres todo para mí". ¬Sí, si encuentro una camisa limpia. Soltó una carcajada, al tiempo que yo, sonriendo, giré mi cara. Sus pechos danzaron una y otra vez sobre mis mejillas. La abracé. ¬¡Desayunemos!, más tarde iremos a recorrer la ciudad. Pasamos el día visitando museos, jardines y monumentos. Contemplamos la puesta de sol y fuimos a cenar a un restaurante francés. Después, cómo no, brindamos con champagne, por ella, por mí, por Abdullah, por nosotros. Ni una gota quedó. Aunque un poco lejos, nos acercamos al mar. Cerca de la orilla nos dejamos caer sobre la arena y escuchamos el murmullo de las olas. Nadiya se dio la vuelta y subió sobre mí, a horcajadas. ¬¿Sabes porqué las estrellas tienen nombres árabes?. Sin esperar mi respuesta, -prosiguió-. ¬Porque somos las que más brillamos, por que lo árabe está hecho para el placer de los sentidos. Lleno mi boca con su pecho. Absorbí el manantial de vida que rescaté hacía años. Su boca besó la mía. Me dejé llevar. Nos amamos.

Transcurrieron los días, las semanas. Nadiya se adaptó muy bien a la sociedad en que vivía. Cosa que me sorprendió, pues nunca había salido de la tierra en que nació. Me confesó su deseo de visitar Francia. De ver la Torre Eiffel, la original Estatua de la Libertad, los campos Elíseos, el Louvre. ¬Tus deseos se cumplirán. Terminada tu estancia viajaremos a París, antes de regresar a tu patria. Patria, que por otro lado noté que cada vez echaba menos en falta. Todas las semanas llamaba a Abdullah. Me extrañó que siempre hablara con él en árabe. ¬¿Porqué no hablas en castellano con Abdullah?, -le pregunté-. ¬Es que me da vergüenza, -me dijo-, todavía no hablo con fluidez y nos entendemos mejor en nuestro idioma. Era una muchacha extraordinaria, me llenaba por completo. Además de su encanto femenino, desprendía una madurez que no era propia de su edad. El tiempo que pasé en aquellas tierras tenía ahora su recompensa. Era generosa, dispuesta y servicial. Al fin y al cabo tenía yo razón. La educación, el estudio, la formación, habían hecho de Nadiya una persona culta, tolerante, con inquietudes y sin fanatismos religiosos. Toda una señorita, y además una belleza oriental y exótica. Esa mañana Nadiya se había puesto las pilas. Le estaba dando un repaso a la casa. Yo estaba en el sillón repasando unos apuntes de la Grecia Clásica, sobre teatro. Quedé dormido en un profundo sueño. En el sueño, vi a Nadiya subir una escalera. Y se apoyaron mis manos en sus caderas. Jugaron ansiosas, ligeras, en su adorado rincón. ¬¡Oh Leo, oh Leo, oh Leo!. ¬¡Coorteen!, -se oyó-. ¬¡Nadiya, lo haces muy mal!. ¡Tienes que ser más veraz!, ¡Tiene que ser más real!. Da la impresión que inicies lectura, oleo, oleo, oleo. O más bien que vayas a hablar de pintura. ¬Tu expresión debe ser: ¡Leo, Oh Leo!, ¿de acuerdo?-. ¬Si, sí, pero es que me meo, y no me puedo aguantar. ¬Bien, -dijo-. Cinco minutos de descanso. ¬¡Ves a mear!. Yo soñando soñé, convertido en retrete de oro, que Nadiya se alzaba la falda, y en cuclillas, a un palmo y sin tocarla, comenzó a vaciar su vejiga. Acercar intentaba a mi boca, sin poderlo, su ansiada entrada. Ayudando mis manos, a derecha e izquierda sujetadas a la taza, cuando Nadiya bajó bien el telón y cayó la entretapa. Se sentó. Un dolor intenso en mis manos noté, y en un instante, sin hacer caso olvidé, cuando un beso a su boca con lengua le di, y al mezclarse el dolor y el placer, resbalaron mis manos de la taza cruel, al mirar su mansión alejarse de mí. Bajo el agua observé su portal, y su nota enmarcada en transparente y delicado cristal, su lámina dorada, se alejaba cada vez más dejando en mi boca el sabor del fruto ofrecido y querido, que con intenso dolor unido al ruido, suceder sucedió, que despertar desperté por tales motivos. Me despertó un estruendo. O eso me pareció. ¬¿Nadiya?. ¬¡Me ha caído una caja!, en la habitación, -dijo-. ¬Una caja muy grande, por el ruido. ¿No será un cajón?, -le pregunté-. ¬Guardar quería en la caja una bolsa que ahora no encuentro, y buscando y buscando se produjo el estruendo. ¬¿Una bolsa blanca, a rallas?. ¬Azul y rosa, sí. -dijo Nadiya-. ¬Está en el salón. Le traje la bolsa. La abrí. En su interior, cinco o seis móviles vi. -Le dije: Con tanto aparato no te va a faltar comunicación. -reímos los dos-. ¬Era una oferta, en la tienda de móviles, -dijo-, cierra el negocio, próxima liquidación. Anunciaba productos a mitad de precio, en los escaparates de la misma expuestos, -prosiguió-, no perdí la ocasión, que los compañeros de clase interesados estaban, también yo. ¬Una vez despertado, terminemos la tarea que habíamos empezado. Mientras tú limpias la cocina yo limpiaré el salón. ¬¿Tú no quieres uno Leo?, -preguntó-. Oh no, mi móvil funciona perfectamente, no deseo cambiarlo, dejémoslo. Y entre bayetas y líquidos, plumeros y trapos, preparada la orquesta empezó la función. Pasó ante mí Nadiya, insinuante, con su corta blusa, nada detrás, nada delante, pequeña y cortita. Imaginé a Nadiya en el sillón, dejada y lánguida escultural imagen egipcia. Sus mármoles alzados, distantes, seductores, de sibilinas áspides encantadores, de sus bosques y senderos penetrantes, otras placenteros. Sonaba una música, era un blús. Nada escondía la blusa comprada en Jenín, tejida en Nablús. Sus glúteos daban pequeños saltos, con el ritmo de sus caderas, al compás de sus pasos. Terminó la imaginación del sueño. Subió Nadiya, monumental, como una diosa, escalones y peldaños de la escalerilla. Ascendió al altar para mejor su prenda mostrar, desde lo alto, en el santo pedestal, y poder subir al cielo como un santo rosario, al paraíso celestial, acceder mejor al armario y mejor poder limpiar. ¬Pásame esa bayeta Leo. ¬Le acerqué el trapo. Me sentí Hércules frente a sus columnas, con el capitel sin velo, cubierto por un pequeño y frondoso bosque de algodón negro. Mi corazón latió desbocado. Escuche de Nadiya aceptar con agrado, sus pequeñas risas, cuando en sus nalgas puse mis manos, largo rato, intentando encontrar la entrada de su rincón más grato. Al final, la encontré. Hundí mi dedo en la llaga, profundo, y con el pulgar su punto acaricié. Nadiya gemía: ¬Leo, Oh Leo-. Y con el otro dedo jugaba, entre los pliegues de terciopelo. Sus manos apoyadas en la mampara. La escalera temblaba. Nadiya empezaba a estremecer. La entrada de par en par. Ya no hacían falta manos ni dedos. Acerqué mi boca al manjar, y en mi lengua noté el sabor celestial, que ofrecía Afrodita seducida por Eros. Tambaleó la escalera, cogí a Nadiya al vuelo, antes de que llegara al suelo. Y en el mismo acabó, como gata en celo, sobre mí, lo que limpiando y soñando empezó. ¬Te voy a hacer tan feliz como tú a mí Leo, -dijo-. Poco a poco, sus dedos me desnudaron. Mordí sus pechos, y como la madre a la cría la hice subir al lecho. Puso su boca en mi hombría, la rozó suavemente con sus mejillas. Entre caricias y besos se deshacía, y con su boca y su lengua logró poner fin a la tan ansiada ofrenda. Yo gemía. Ella, sorbo a sorbo gruñía. Nada fuera quedó de la esencia querida, que con tanto empeño absorbió llenándose de vida. Quedamos dormidos, un rato, en la cocina. Y de nuevo el trabajo empezó, en un qué así, subiendo de nuevo a la noria, en un acto de enamorados que no tiene principio ni tampoco fin.

Después de tan agradable rato y alejado el stréss, encendí un cigarrillo. Inocente dijo Nadiya: "Une cigarette se llama en francés". Terminamos la tarea empezada antes del lapsus de amor, de deseo y de ansias por los dos aplacadas. ¬Hoy no cenaré Leo. Estoy muy cansada, me voy a la cama. Buenas noches Leo. ¬Buenas noches amor, hasta mañana. Apuré otro cigarrillo. Recordé sus palabras: "En francés cigarette", -me hizo gracia-. Antes de ir a dormir, me hice un vaso de leche caliente. Le preparé otro a Nadiya. Entré en su habitación, estaba dormida. Lo dejé al lado de la cama y salí sin hacer ruido. La habitación desprendía un agradable perfume. Fragancia en el baño usada, en nuestras almas, que suave resbalaba, en nuestros cuerpos, fundiéndolos vivos, en egoísmos muertos. Apagué las luces y me acosté. Desde mi habitación, contemplé la ventana abierta al lado del escritorio. Hacía calor. Las cortinas inmóviles, ni pizca de viento. De pronto asomó la luna, llena en su esplendor. Pensé en Sancho, cuando dijo, y si no lo dijo en su momento, lo digo yo ahora, me lo invento: ¨Que el refocilar y yogar es lo mismo que el dormir y yantar. Que comiendo se empieza lo que se termina durmiendo, satisfecho en la mesa aceptada que se ofrece ofreciendo¨. La luna llegó a la cortina, empezó a partirse en dos, dejando la sombra de su reflejo sobre la puerta de su habitación. Apareció de nuevo el estandarte Islámico sobre la misma plasmado. Era casualidad, pura coincidencia. Nada no explicable por la ciencia. ¿O era su tierra que la reclamaba?. ¡O su Dios, que con su dedo la señalaba!. Más ateo que nunca, -pensé, jactándome-. ¡Qué había sido mi dedo!, el que señaló primero. Comienzo de un largo vuelo que sobre Burak cabalgó hasta alcanzar las puertas del cielo. ¡Después fue mi lengua!, que no su tierra, quien a Nadiya reclamó. Abiertas las puertas, temblar las columnas, correrse los pliegues, separadas y juntas. Alzar la montaña roja en su punto, y descender el volcán después del placer buscado con gusto. Me dormí. Aunque alguien lo dude, en los brazos del sueño caí.

Amaneció el día nublado y triste. Nadiya no estaba. Una nota en la cocina decía: ¨Buenos días Leo, no vendré a comer. Comeré con Karím, un amigo. Hasta luego. Besos, tu palestina amada¨. Por un momento me sentí contrariado, furioso. Me había enamorado, estaba celoso. Era mi día libre, sin serlo. Lo cogí para estar con ella, parecía un animal en celo. Me sentí como el niño llorón, al que han quitado el caramelo, llorando en un rincón. Ocupé el día en ordenar papeles, apuntes. Lo aproveché para leer el último libro comprado: ¨Termópilas¨. Su protagonista Leónidas, mi tocayo. Me quedé dormido y soñé con trenes eléctricos, a vapor, negros y blancos. Los negros ardían en llamas, al cielo subían los blancos. Seguían a Nadiya, desnuda, montada en su caballo alado. Desperté sobresaltado. El puchero en el suelo, volcado. Por el suelo el guisado echado. Si me hubiera visto Nadiya, como un perro, sorbiendo y mordiendo los restos del estallado puchero. Desperté de verdad, y comprobé, que el soñado puchero estaba a punto de estallar. Me levante corriendo y apagué el fuego. Y quiero a uds. hacer ver, lo que un puchero y guisado puede dar de comer. ¡Lo que con un guisado y puchero soy capaz de soñar, y soy capaz de hacer!. Y a quien escandalizado esté por éste relato, en sus escenas espero entiendan erótico, y no pornográfico. No quepa la duda que han sido tratadas con la más fina y minuciosa estética. Que nadie se rasgue el vestido, todo es cordura, todo es retórica. Y voy a seguir el relato, Nadiya a punto de llegar está. ¿Erotismo habrá más?. ¡Picarones, deseándolo estáis!. Llegará con Karím, y erotismo no habrá más hasta el fin. El erotismo de la muerte, del destino y su botín, que será la vida que salvé hace años creyendo la mía. Sangre en las escenas donada, que derramé hacia el cielo y que absorbió Nadiya.


Se abrió la puerta. ¬¿Leo?-. ¬Sí, -contesté-. ¬Creí que no estabas, -dijo Nadiya-. ¬Eso quisieras tú, -pensé celoso-, para metértelo en la cama. ¬Te presento a Karím, con el que he comido, te lo escribí en la nota, no lo olvido. ¬¡Ah sí!. Perdona Karím, -me hice el despistado-. ¬¿Cómo estás?, siéntate, prepararé unas tazas y tomaremos café. ¬¡Oh no Leo!, sentaros los dos y charlad un rato, las preparo yo. Nos sentamos a tomar café. Hablamos de sus proyectos, de los motivos que le habían traído hasta aquí. Me dijo que estaba interesado en la política, y que quería prepararse para ayudar a su pueblo, a su país. -Deduje que era palestino-. Irremediablemente surgió el tema del conflicto con Israel, cuando yo le dije: ¬¿Qué país?. Se enojó. Tuve que echar mano de mis conocimientos de historia, para recordarle que Palestina como Nación, Estado o País, nunca había existido. Que fue Adriano quien empezó a llamar burlónamente ¨Palestina¨ a la tierra de Israel, recordando a los enemigos bíblicos de los Judíos, los Filisteos, y que en todo caso, ya que decían ser descendientes de estos, su existencia como país sería la franja de Gaza. Recordé una conversación parecida con Abdullah. Por lo tanto, le dije: ¬Israel no ha quitado las tierras a ningún estado o país árabe llamado Palestina. Un País, una Nación, lo forman las personas unidas por unas raíces, un idioma, una cultura, y a veces una religión. ¬Me das la razón. Otro que tal pensé, sino se la doy él se la da. ¬Además, Jerusalén ha sido y es para nosotros un lugar santo, tanto como para los Cristianos o Judíos. ¬¿No será por el caballo alado llamado Burak, con el que subió Mahoma al Paraíso?, -pregunté, y proseguí-. ¬Mahoma murió en Medina y está enterrado en lo que fue el patio de su casa, ahora convertido en una Mezquita. ¿Cuál es vuestro libro sagrado, no es el Corán?.
Sería extraño que en el libro sagrado de una comunidad creyente no se mencione una ciudad santa para la misma. ¿Cuántas veces se menciona Jerusalén en el Corán?. ¬Yo te lo diré, ninguna. ¿Sabes cuantas veces se menciona en la Biblia?. Cerca de mil con su propio nombre, y un numero de veces indefinido como la ciudad de David y Sión. Si hacéis alusión a lugares santos, -dije-, a la religión y a los ancestros, tenéis la batalla perdida. Debéis exigir vuestros derechos con fundamentos más sólidos y veraces. Por ejemplo, el hecho de haber ocupado las tierras durante siglos, teniendo un idioma común, raíces y cultura similares y unidad de religión y culto. No miréis a los ancestros como hicieron los israelitas. No tendríais argumentos suficientes, ni tampoco la ayuda imperialista que tuvieron los Judíos. No entréis en ese juego, con las cartas boca arriba, os encontraréis solos en una batalla perdida. La historia es la que es. No se puede cambiar el pasado. Hay que hacer frente al futuro, e intentar sobrevivir en el presente. Todo hombre tiene derecho a identificarse con un pueblo y su origen, pero con una base sólida, que permita el apoyo de otras naciones sin perjudicar sus intereses, sus pactos y acuerdos. Los conflictos internos son un error. Como suele decirse ¨Divide y Vencerás¨. Israel se está frotando las manos. Hamás, Hezbolá, Al-Aksa, Al-Fatah. Hay que conseguir la unión para realizar esfuerzos políticos y no militares. Si no lo hacéis así, vuestra existencia como pueblo está en peligro. Os exterminareis vosotros mismos. Karím quedó un momento en silencio. Después, habló con Nadiya visiblemente alterado. Nadiya le contestó enfadada. ¬Creía que eras pro israelita, -dijo-. Le he explicado lo que hiciste por mí, cuando era niña. ¬Perdona Leo, -dijo Karím-. Quizá tengas razón, pero la vida allí es muy dura. Hay mucha opresión, por ambos lados. Los derechos humanos brillan por su ausencia. Debido a ello, -prosiguió-, a la desesperación y desamparo, muchos ofrecen sus vidas, inmolándose. Única forma de poder responder a tanta muerte, humillación y rechazo. Te contaré un secreto. ¬¿Sabes cómo se hacen llamar algunos de los que se inmolan?, se llaman Burak. Lo utilizan como apellido, después del nombre. Igual que el caballo que has citado, el que llevó a Muhammed al Paraíso. A otros, se les concede la estrategia de las seis llamadas. ¬Muy curioso lo de Burak. -dije-. ¿En qué consiste esa estrategia?. ¬La estrategia la utilizan aquellos mártires que no tienen decidido perder su vida en ese acto sagrado. Disponen entre quince y veinte segundos, según las circunstancias, para abandonar el lugar y salir ilesos. En la séptima llamada se produce la explosión. ¬¿Queréis dejar de hablar de política?. No es precisamente de ella de lo que estamos hablando, -respondí-. ¿Te quedas a cenar Karím?, -preguntó Nadiya-, ignorándome. ¬No, no puedo, -dijo-. He quedado con una compañera, ya sabes.... ¬¡Con Fátima!, entonces, ¡¿va en serio?!. Karím sonrío, sonrojado. Se levantó. ¬Mucho gusto Leo, -dijo-. Nos vemos Nadiya. ¬Hasta mañana Karím, ¡que te diviertas!. Se cerró la puerta. Al momento llamaron y contestó Nadiya. ¬¿Sí?. Era de nuevo Karím. Hablaron entre ellos. ¬Es Karím, se ha dejado el móvil en casa, a mí creo que no me queda ninguno. Los repartí todos. ¬Toma, déjale el mío. ¬¡Oh Leo!, gracias, ahora subo. La esperé impaciente. De nuevo entró Nadiya. ¬Está muy agradecido, te lo devolverá mañana. ¬Parece un buen chico, -dije-. ¬Fíate tú de los buenos chicos, dijo echándose sobre mí. ¬¿Qué prefieres cenar hoy?, ¿carne o pescado?. No hubo contestación. Nos comimos a besos.

Pasó la noche. Ya despuntaba el día. Oí ruido en la cocina y me levanté. ¬¿Nadiya?. ¬Sí Leo, -contestó-. ¬¿Qué haces levantada tan pronto?, son las seis treinta de la mañana. Nadiya estaba ya lista para salir. Había desayunado galletas de régimen con café y un zumo de naranja. ¬Tengo mucha prisa Leo. He quedado con algunos compañeros de clase. Vamos a una manifestación, y después a una conferencia sobre derechos humanos. Nos vemos luego. Adiós Leo, -dijo en voz baja-. En la boca me dio un beso. Cogió la mochila y cerró la puerta. Me sorprendió su actitud y sus prisas. ¬Hasta luego Nadiya, le dije a mi amada, su cuerpo volátil, la puerta cerrada. Me senté a la mesa, desayuné y bajé a comprar el periódico.

Una vez en casa, al pasar frente a su habitación, comprobé que había olvidado libros y apuntes que solía llevar a clase. Recordé que iba a una manifestación, y después a una conferencia. La radio puse, y el periódico a leer me dispuse. El titular decía: ¨Indignación en el mundo Islámico, por la agresión hacia Iraq. ¨No hay armas de destrucción masiva¨. ¬Cerdos imperialistas. De nuevo me intranquilizó el pensamiento de que Nadiya pudiera necesitar los libros. El hecho de haber madrugado, precisamente para poder asistir también a clase. Además, no era fin de semana. Decidí llamarla. Entonces recordé que no disponía de móvil. Llamaron a la puerta. Abrí, -era el portero-. ¬¿Señor Leo?. ¬Sí, el mismo. ¬Esto es para usted. Lo termina de dejar un muchacho joven.-Karím, -pensé-. ¬Gracias caballero. Cogí el móvil y llamé a Nadiya. Para mi sorpresa, la llamada se oyó en su habitación. Olvidó también el móvil, las prisas, -me dije-. Extrañado, busqué su móvil con la intención de encontrar el número de algún conocido que la pudiera informar. No estaba a la vista, seguí su rastro y lo encontré bajo la cama, en el suelo, sobre un libro. Cogí el móvil y volví a mirar el libro. ¨El comportamiento Humano en el medio hostil Urbano¨. Lo ojeé. En su interior aparecieron dos folletos. Me sorprendió el primero de ellos. No creí que Nadiya fuera creyente. Eran los Suras Coránicos. En la radio interrumpieron la emisión para dar una noticia. Me acerqué al salón con el libro para poder escucharla:

¨Interrumpimos la programación para notificar sobre la explosión de varios artefactos en distintas líneas de ferrocarril¨. Todavía no hay datos sobre el número de víctimas. ¨Se baraja la posibilidad de que haya sido la banda terrorista ETA¨.


Al oír esto último caí sobre el sillón, dando un suspiro de alivio que pronto dejó su lugar a otro bien distinto, cuando la locutora prosiguió: "Se espera la comparecencia del Ministro del Interior. Otras fuentes apuntan hacia el terrorismo islámico". Quedé recostado, el libro cayó de mis manos, la mente en blanco. La mirada fija en los pies, donde el segundo folleto había llegado, despacio, poco a poco, resbalando. En el que podía leerse: ¨Inmolación¨. Estrategias de Nadiya Burak. Me pareció oír el sonido de la sirenas, de las ambulancias. Ya no llegaría el auxilio, por partida doble había fracasado. Yo había sido la bomba, Nadiya el medio. El fracaso de mi egoísmo. En un momento de lucidez, fantaseé con la idea de haber empuñado un Kalashnikov y puesto Kefía. Escuché a Abdullah decir: ¿Qué importa no haber servido a Hamás hace quince años, si ahora lo has hecho con creces, hermano?. Volví a la habitación que seguía desprendiendo el agradable perfume. Cogí su móvil y el mío. Comprendí entonces la estrategia de Nadiya. Ya estaría camino del cielo, de su tierra querida. La llamé de nuevo esperando la séptima. Nunca llegó, en su lugar...recordando intenté recordar, si fui yo o ella a mí, si fue antes o después, quien al otro contagió con el virus del terror, al cortarse mis muñecas esposadas con la muerte y abiertas al dolor. Se derramó la sangre. Con la última llamada me absorbió la vida. Si el lector le da la vuelta a la tortilla podrá comprender, que en la historia no hubo travestí, sino hombre que quería ser mujer. Enamorado de Elisa, de ti y de mí, yo fui el travestí. De su cuerpo en el mío, de Nadiya y Elisa, de las dos. Que Nadiya no era la niña, ni Elisa tampoco era yo. En el día de la muerte, siete en la mañana, asomando el sol, en la última llamada Elisa dio un suspiro, cuando en voz muy baja, al cerrarse la puerta dijo un adiós. Se marchó Nadiya, me abandonó en su caballo alado, en el que mi cuerpo voló, en la llamada citada, al producirse la séptima en la esperada explosión.

I acabar vull la història, també en la llengua mare, no creeu que es va produir una explosió. En el seu lloc, vaig llegir uns missatges de Abdullah y del negre Karím, del xics bonicots, dient-li a Nadiya que preparara el forn, que l'esperaven a França, i abaixant de l'avió, ja podrien entrar-li el seu -¨Patanbó¨-. I acabant la faena, després de adaptar-ho en la Torre, en el pijot, podrien tots ballar el ball de la mort i de la vida, el ¨Chéquinpatambo¨, que és l'Al-corá, la bíblia de l'infern, del terror, de la mort i de la carn.

¨La carn és a la carn¨
- Ausiàs March -

lunes, 16 de junio de 2008

Leónidas -Canto 1º-

Reflexiones






















ESPARTA



Permítanme los dioses este canto, pues aunque soy Dorio, también Heleno, y no por ello menos Laconio y Mesenio. Al invasor hicimos frente, codo con codo luchamos, siete mil almas libradas de la muerte por cuatrocientos Tebanos, setecientos Téspios, y trescientos Espartanos. Termópilas, Artemisio, Salamina y Platea, total derrota para el bárbaro, Leónidas, Temístocles, Euribíades, Pausanias y Atenea.

Entre grandes montañas y bajo unos cielos claros y estrellados se encontraba el pueblo. Un riachuelo lo rodeaba con aguas limpias y cristalinas, donde en tiempos ya muy lejanos en la memoria, nos bañábamos inocentes y desnudos, impregnándonos de vida con el elemento frío y purificador. Sus calles y paredes empedradas. Las casas, con sus ventanas enrejadas y grandes portaladas, escondían historias de días gloriosos, de catástrofes, de tristezas y alegrías, y de olvido.

Amanecía, el pueblo parecía resucitar después de un largo sueño. El padre de mi amada fue príncipe del lugar en un tiempo en que los sucesos y avatares del mundo exterior eran totalmente ajenos a lo que sucedía en el interior de la burbuja, en la que el santuario se había convertido. ¡Qué muerte tuviste Cleómenes!. Igual que Zenón, llevado por la locura, cortó su cuerpo de los pies a la cintura.

Sólo los rayos del sol consiguieron por un momento destruir la fortaleza, y acceder a los misterios y secretos que escondía el ascético pueblo: ¨Esparta¨. Él me instruyó. En él tuve mi primera experiencia espiritual, como en una Agogé, en una prueba de niño espartano:

"Accedí a la sala, el silencio y la penumbra dieron lugar a sensaciones distintas, y a la vez tan inseparables como la vida y la muerte. Sólo la inocencia y una seguridad en alguien o algo superior, proveniente del Olimpo, impidió que retrocediera y bajara apresuradamente las escaleras, cuando, quien me acompañaba, soltó mi mano ausentándose. Solo en aquel lugar. Antesala de la vida, o velatorio de la muerte".

Así, abandonado por Efialtes traidor, observé cuatro pies de candelabros que con sus respectivos velones alumbraban el féretro abierto. En su interior yacía majestuoso el cuerpo de una mujer, cuyo blanco rostro resplandecía a la luz de las velas como el pulido mármol. No mostraría pánico ni temor, aunque la cría del zorro me roiera las entrañas, no haría lugar al dolor. Estaba dormida, pero no con el sueño que todos percibimos. Su sueño era mayestático, teatral. El espectador no se sorprendiera si de su sueño despertara, diera por concluida la escena, y su cuerpo levantara.

Emanaba vida, no la que conocemos, sino aquélla que se descubre en el espíritu. En esa vida la expresión de su rostro era de respeto, de inmortalidad, de sumisión ante lo que muchos llaman la esencia de la vida, el ser supremo, Dios. Comprendí entonces el dicho: ¨Dios está en todas partes¨. En la imagen de su cuerpo, en su rostro, en la penumbra y el silencio de la sala. Y también en mí, en la inocencia, en la seguridad de mi convencimiento, que me hacía permanecer y descubrir lo que ya no era un misterio, de contemplar el espíritu antes materia inerte. ¡Ifigenia, no solloces, cara vendiste tu suerte, por aplacar a los dioses!.

Valiente Leónidas, que permaneció impasivo ante la muerte, pues vio más allá de lo que la misma impone. Inocente eres de cuantos abatiste. En un acto de compromiso sagrado en pie permaneciste, bañado en sangre hasta los codos, el deber cumpliste con los engañosos Éforos. Retirada a los miles pediste, e igual que el valeroso Aquiles, abatido por el dios Apolo, para hacer frente a la muerte los trescientos y tú sólo.

¡Entregad vuestras armas! -dijo el bárbaro- ¡Venid por ellas! -dijo el espartano-. Dispuestas las falanges, en el estrecho paso acorazados, se sucedieron los combates, cayeron miles de bárbaros. En el día de la muerte por Efialtes traicionados, dijo el Rey a sus adalides: ¡Desayunad bien espartanos, ésta noche cenaremos en el Hades!.

Calles y casas daban lugar en ocasiones a enormes edificios que llegaban hasta el cielo, atravesando nubes, sus cúspides parecían no tener fin. Lugar de discursos parcos y citas célebres. También descubrí en él, la relación existente, verdad o mentira, datos sorprendentes, y aunque me tachen de embustero, de loco, no hubo uno más grande que el propio Heródoto. Danaos y Danitas, Romanos y Troyanos, Hebreos y Helenos. Tumbas micénicas, cuyas lápidas rememoraban la huida del pueblo Hebreo de tierras egipcias, y su persecución entre las aguas desplazadas, por el ejército del gran Faraón. Troyas asediadas, como Jericó, hasta que cayeron sus murallas. Aquiles y Héctor, David y Goliat, David y Jonatan, Aquiles y Patroclo.

En él, conseguí descubrir el secreto no sólo del citado Aquileo, más conocido por Aquiles, al que la inseguridad de su madre le costó la inmortalidad, sino también el del colosal Hércules, que sin haber sido sumergido en el río Estigia, como aquél, gozó de igual manera de las bondades de los dioses. Conocí asimismo los hechos y hazañas del ya nombrado Leónidas mortal, que sabía su destino e intuyó su final: Amada Gorgo, ¨Cásate con un buen hombre y ten hijos sanos¨. ¡Voy a buscar a la muerte, con trescientos espartanos!.

Rotas las falanges, las malditas flechas ennegrecieron los cielos, como enjambres. Cayó el Rey, a la sombra luchando, surgió el mito, Leónidas vivificado. Derrota en la batalla, los trescientos postrados, antesala de la gloria de orígenes olvidados. El Rey debía morir, los Éforos hablaron, para que un pueblo pudiera vivir, sin ser súbditos, siervos, ni esclavos. Sólo dos se salvaron, distinta suerte tuvieron, al oprobio condenados por eludir la muerte en un deber sagrado. El Cristo Heleno, Dorio, Espartano, al que nunca hicieron Dios, por no entender su suerte, su significado. Hubo lugares destinados al culto, a la paradoja de su triunfo, que quedaron en la historia relegados por los dioses del Olimpo.

Lo sucedido siglos después sin lanzas ni hoplones con uves al revés, ni madres gritando: "Con él o sobre él", confirman iluminados, cada quinientos años repite el ser humano. Y dicen estos, que así como aquellos en su escudo lacedemonio enseñaban, infundían temor y al bárbaro amedrentaban, éste último, al enemigo se mostraba sin lanza, escudo ni espada, y como aquél Leónidas llamado, murió de igual manera, sin pica, escudo ni gleba, similar al fin y al cabo".

¡Viajero, si vas a Esparta, di a los espartanos que aquí yacemos por obedecer sus leyes!. ¡Viajero, si vas a Esparta, di a los espartanos que aquí yacemos heridos por el Hades, luchando a la sombra, ennegrecido el cielo, por los arqueros del bárbaro y déspota Jerjes.

Historias de y entre Oriente y Occidente. De Persas, Fenicios, Cartagineses, Helenos, Romanos, Mogoles, Árabes y Hebreos, Omeyas, Aztecas, Olmecas y Mayas, Cristianos y Judíos, Creyentes y Ateos. Imperios lejanos donde nunca se ponía el sol. Locuras humanas, consecuencia de no se sabe que ideal o ilusión. Leónidas exaltados, Nazis de nacimiento o por convicción. Humanos subyugados, Ilotas de todos los tiempos, Hoplitas de corazón. Esclavizados por sistemas y culturas, muchas de las cuales tomamos como ejemplo a seguir, sin importar los medios utilizados para sus fines conseguir.

Déspotas, Totalitarios, Monárquicos o Republicanos, Laicos, Teocráticos, Absolutistas o Democráticos, a los que en una u otra época tanto alabamos. Ni mil Quijotes, ni dos mil Cristos, ni doscientos Alejandros, ni trescientos Espartanos, ni tantos y tantos Césares en la historia registrados, son ejemplo y paradigma que descubra al ser humano. Mundos paralelos siempre se han dado. Sólo cuando los paramundos se han hecho fuertes, amenazadores, y ya son legión, se les considera dignos en la historia de ser tratados como alternativa y solución. Cambian los papeles, ahora estos son, quienes oprimen y castigan, hasta su decadencia y nueva destrucción.

Hay quién se refugia en los Quijotes, quién en los Leónidas, en los Césares, quién en los Cristos, quién en los Aristóteles. Nacen, viven y mueren sin descubrir que esos Quijotes, Cristos, Leónidas y Aristóteles, en ellos mismos estaban, de igual forma que su condición de Ilotas, de esclavos, a la que se abandonaban. Unos engañados, otros por temor, otros resignados, pocos entendían grandeza en su deshonor. Personajes en la historia olvidados, gracias a los cuales se habló, se habla y se hablará, de Mitos y Leyendas, de colosales hazañas y logros, de la grandeza y miseria de la Humanidad.

¡Viajero, si al Paraíso vas, di a los inmortales en la eternidad, que por obedecer sus leyes aquí yace el ser humano, llamado Rey de Reyes!.

Dicen que Pausanias en la batalla de Platea a Leónidas vengó, y por ser un hombre Heleno la cabeza de Mardonio su mano no cortó. Hipócrita espartano, que por las leyes de Licurgo esclavizaste a muchos griegos. Atemorizabais a quienes sobresalían, amenazando sus vidas, si no me falla la memoria con los grupos de las Criptias, pero eso es otra historia. Te mereces la Odisea que el destino te ofreció, aunque hayas sido parte, en los orígenes, de nuestra civilización. La batalla final, definitiva, la librará la humanidad en escenario sin igual, de blanco vestida. Te queda poco tiempo religión para enfrentarte a tus esclavos, Guerra de las Guerras, llamada Armagedón.

¡Qué gran revelación tuviste!, y te dieron a comer el libro. ¡Cuán dulce al paladar!, en el estómago amargaba. Hemos creado una bestia, ahora hay que devastarla. Su número 666, su nombre Politeia, su aliada en el combate la Gran Ramera, Babilonia la Grande, que manejó como Idiotas a la mayor parte del Orbe. Nosotros, los ¨Ilotas¨



Termópilas
-Leónidas, desde los Infiernos-.

Orígenes

Termópilas
Para que el pequeño ejército griego pudiera enfrentarse con éxito a los persas era necesario hacerlo en un lugar estrecho, donde el contacto real involucrara necesariamente a pocos hombres. Un lugar adecuado era el desfiladero de las Termópilas, unos 160 kilómetros al noroeste de Atenas. Allí acudieron 7.000 hombres bajo el mando del rey espartano Leónidas. Con los Persas estaba Demarato, el rey espartano exiliado por Cleómenes I, quien advirtió a Jerjes I de que los espartanos combatirían duramente.

Así fue, los espartanos resistieron tenazmente al ejército persa, pero éste encontró finalmente un estrecho camino por las montañas que conducía hasta la retaguardia griega. Jerjes I envió un destacamento y los griegos se dieron cuenta de que iban a ser rodeados. Leónidas ordenó la retirada, pero él mismo y sus 300 mejores hombres decidieron quedarse (la retirada hubiera sido deshonrosa). Con ellos se quedaron unos 1.000 beocios, parte de los cuales se rindieron al siguiente combate, mientras que el resto resistió con Leónidas luchando mientras pudieron hacerlo, y al final murieron todos. Plistarco, el hijo de Leónidas, era menor de edad, así que Pausanias, primo del rey fallecido, actuó como regente.

La batalla de las Termópilas fue recordada durante siglos como ejemplo del heroísmo griego e infundió gran valor a sus soldados, pero lo cierto es que Jerjes I seguía avanzando. Llegó a la misma Atenas, la ocupó y la quemó, pero lo que el rey persa se encontró fue una ciudad vacía. Todos los atenienses se habían refugiado en las islas vecinas y los barcos griegos esperaban entre Salamina y el Ática. Aunque la flota era mayoritariamente ateniense, estaba bajo el mando de un general espartano, Euribíades, pues en aquellos momentos los griegos sólo se sentían seguros bajo mando espartano, pero los espartanos no se sentían cómodos en el mar, y a Euribíades sólo le interesaba defender Esparta. Su intención era dirigirse hacia el sur para proteger el Peloponeso. Temístocles se opuso con tanta insistencia que en un momento dado Euribíades perdió los estribos y levantó su bastón con ademán de golpearle. Temístocles gritó ¡Pega, pero escucha! El general escuchó los argumentos del ateniense y sus amenazas de embarcar a todos los suyos y marcharse a Italia. Los espartanos no podrían resistir mucho tiempo ellos solos sin una flota. Euribíades acepto quedarse y hacer frente a los persas, pero Temístocles temió que en cualquier momento cambiara de parecer, así que preparó una estratagema.

Envió un mensaje a Jerjes I proclamándose amigo de los persas y recomendándole que se apoderara de la flota griega antes de que pudiera escapar. El rey persa confió en el consejo. Al fin y al cabo, Grecia estaba llena de traidores, había sido un griego quien le reveló el camino alternativo en las Termópilas, igualmente Temístocles podía estar dispuesto a salvarse a cambio de traicionar a los suyos. Durante la noche, los barcos persas bloquearon la salida al mar de la flota griega. Esa misma noche llegó hasta la flota Arístides, procedente de Egina, donde había vivido desde su destierro. Al parecer Temístocles había requerido su presencia. Arístides comunicó a los generales el bloqueo persa y, en efecto, al amanecer vieron que no podían escaparse sin luchar. La situación era parecida a la de las Termópilas, pero en el mar. En la estrecha manga de agua no cabía más que una pequeña parte de las naves persas, y los trirremes griegos eran mucho más ágiles. Fingían embestir a los persas, pero en el último momento giraban y, rozando el barco enemigo, le arrancaban los remos, con lo que lo dejaban indefensos. En la batalla de Salamina la flota persa fue completamente destruida.

viernes, 13 de junio de 2008

El Paraguas

Era una tarde fría de invierno, en una calle solitaria que parecía no tener fin. Ignacio caminaba abrigado hasta las cejas, un cigarrillo en la mano, los zapatos mojados y el paso contenido. El murmullo del agua al pasar algún que otro vehículo contrastaba con el silencio del presente y los gritos del pasado. La lluvia se dejó notar con más fuerza, y al sentir los primeros escalofríos del recuerdo buscó refugio bajo la repisa de un portal. La mirada de Ignacio se perdía entre la cortina de agua y el salpicar de las gotas en el asfalto. Por un momento imaginó ver la silueta de Ana, saludando, como tantas otras veces, desde la ventanilla al final del autobús, pero no hubo saludo, ni tampoco era Ana, aquella chica bonita de piel morena de quien estuvo enamorado, pero sí el mismo portal. Se agolparon los recuerdo en su memoria, al comprobar que nada había cambiado en ese lugar. -"Adiós Ana"- dijo en voz baja, y pensó por un momento que aún era aquel muchacho de pelo lacio y claro, piel suave y cara angelical, reflejo de la inocencia y de todo un mundo por descubrir, y aquella gorda señora que se apeó del autobús, la joven y encantadora Ana. Ahora, era un viejo de cabellos plateados y ceño fruncido, que sólo guardaba de aquella juventud la imaginación y una mirada melancólica. Ignacio se sintió inquieto al observar que a su lado, y apoyado en el portal, había un viejo paraguas de color negro, "como aquel de papá"...... -recordó Ignacio-, que parecía estar esperando el reclamo de su dueño. Una nueva sorpresa le aguardaba, cuando un perro que deambulaba perdido bajo la lluvia se acercó al portal buscando cobijo y meneando la cola.

Imaginó a Luki, un perro que tuvo en su niñez, al cual recordaba bajando las escaleras para nunca más volver, y le hizo un hueco a su lado. Cuando se apaciguó la lluvia, cogió el paraguas y emprendió el camino. Luki siguió a Ignacio. Al llegar a casa una señora abrió la puerta, y dijo Ignacio: ¬"¡Mamá he encontrado a Luki!". La señora contestó: ¬"No le da vergüenza, con la edad que tiene, ¡ande, váyase a casa y deje de molestar!". ¬"¡Mamá, también he encontrado el paraguas de papá!", exclamó de nuevo Ignacio, y se cerró la puerta. Bajó las escaleras sabiendo que nunca más las volvería a pisar, al igual que Luki. Aquella casa, aquellas paredes y escaleras que tantos recuerdos guardaban de su juventud, le hicieron comprender que los lugares pueden ser los mismos, pero las personas cambian. Se marchó contento, no importaba adonde, había encontrado su perro, el paraguas de papá y así mismo, en la imaginación y el recuerdo. Al salir del patio, no muy lejana escuchó una melodía, canción de adolescencia y de corazones enamorados: “tú tenías quince años yo no había cumplido aún los dieciséis, desde entonces soy feliz, tal y como lo soñé”. Ignacio abrió el paraguas y caminó sin rumbo, junto a Luki. Un papel pendía de una de las aristas del paraguas, cogió el papel y leyó la nota: "te espero en la parada del autobús que ya sabes". Era la nota que Ana le entregó en aquel portal, perdida durante sesenta años. Recordó a la vieja y gorda señora. De nuevo había llegado tarde a la cita. Todo fue un sueño, pero todo es real, menos la nota, la señora, y el paraguas.

"Juventud divino tesoro". ¡Que no nos falte nunca, aunque seamos mayores!. Un recuerdo para todas aquellas personas que padecen Alzheimer, con las que he podido compartir un año de mi vida.

miércoles, 11 de junio de 2008

Palabras vacías

Pensamientos quisiera dejar sobre el papel....., instantes sorprendentes, tan veloces como aquel. La moneda está en el aire, con su cara y con su cruz, adivinar quisiera el resultado, ser más rápido que la luz. Y surge en mí la incertidumbre ¿qué es la vida? ¿su certeza? Para un místico un sitio de paso, si esto fuera cierto y aceptado, vacía quedaría la tierra, el mundo, por el humano abandonado, pues si se sabe ya el destino, para qué sufrir por el camino. Si allí todos acudimos, ya da igual, suicidio colectivo, viaje ondular, al que algunos llaman sin atino, paraíso celestial. ¿Qué es la vida?. Vivir la quiero, ¡qué más da!. Se acumulan los puntos, se atraviesan las comas, tan veloz estoy siendo, que yo mismo no me entiendo, que las frases pierden sus formas. Y qué será de aquel, si en su momento dijo no lo entiendo, que por entender, si un te digo no te dije, si un te dije no me acuerdo, su palabra quiere hacer valer, aunque otra sea, la verdad de su poder. Frases sin sentido, palabras vacías, en éste mundo incierto, nada es verdad, nada es mentira, nada es supuesto, ni mío, ni de él. Sólo existen ideas, curiosa consciencia, pluma, y papel.

darmowe ogłoszenia

Escribir en Color

Nunca he escrito en colores, pero lo voy a intentar.... Necesito....algunos lápices, rotuladores, y una goma de borrar. Que en los escritos siempre hay errores, que es necesario quitar. Después del buen intento, se puede colorear. Que la pena se viste de negro, y la alegría en color. ¿Quién inventó el blanco y negro?. ¿Quién les dio su función?. Si el negro fuera alegría, y el blanco fuera el dolor, ¡qué importa si es blanco o es negro! si termina vistiendo color.

Negro que me miras. ¿Qué es lo que ves?. ¡No me mires!. En colores léeme. No me leas en blancos y negros, en claros y oscuros, que yo no escribo en grises y crudos, yo escribo en color, las historias que cuento, y a veces invento, igual que quien pinta lo bueno y lo malo, inventándose a Dios.