El Arte de Pensar

No sólo nos gusta escribir lo que pensamos, si lo escrito no es leído, ¡para qué esforzarse buen amigo!, de poco vale en el papel plasmado, lo que pensamos, sin compartirlo.

lunes, 16 de junio de 2008

Leónidas -Canto 1º-

Reflexiones






















ESPARTA



Permítanme los dioses este canto, pues aunque soy Dorio, también Heleno, y no por ello menos Laconio y Mesenio. Al invasor hicimos frente, codo con codo luchamos, siete mil almas libradas de la muerte por cuatrocientos Tebanos, setecientos Téspios, y trescientos Espartanos. Termópilas, Artemisio, Salamina y Platea, total derrota para el bárbaro, Leónidas, Temístocles, Euribíades, Pausanias y Atenea.

Entre grandes montañas y bajo unos cielos claros y estrellados se encontraba el pueblo. Un riachuelo lo rodeaba con aguas limpias y cristalinas, donde en tiempos ya muy lejanos en la memoria, nos bañábamos inocentes y desnudos, impregnándonos de vida con el elemento frío y purificador. Sus calles y paredes empedradas. Las casas, con sus ventanas enrejadas y grandes portaladas, escondían historias de días gloriosos, de catástrofes, de tristezas y alegrías, y de olvido.

Amanecía, el pueblo parecía resucitar después de un largo sueño. El padre de mi amada fue príncipe del lugar en un tiempo en que los sucesos y avatares del mundo exterior eran totalmente ajenos a lo que sucedía en el interior de la burbuja, en la que el santuario se había convertido. ¡Qué muerte tuviste Cleómenes!. Igual que Zenón, llevado por la locura, cortó su cuerpo de los pies a la cintura.

Sólo los rayos del sol consiguieron por un momento destruir la fortaleza, y acceder a los misterios y secretos que escondía el ascético pueblo: ¨Esparta¨. Él me instruyó. En él tuve mi primera experiencia espiritual, como en una Agogé, en una prueba de niño espartano:

"Accedí a la sala, el silencio y la penumbra dieron lugar a sensaciones distintas, y a la vez tan inseparables como la vida y la muerte. Sólo la inocencia y una seguridad en alguien o algo superior, proveniente del Olimpo, impidió que retrocediera y bajara apresuradamente las escaleras, cuando, quien me acompañaba, soltó mi mano ausentándose. Solo en aquel lugar. Antesala de la vida, o velatorio de la muerte".

Así, abandonado por Efialtes traidor, observé cuatro pies de candelabros que con sus respectivos velones alumbraban el féretro abierto. En su interior yacía majestuoso el cuerpo de una mujer, cuyo blanco rostro resplandecía a la luz de las velas como el pulido mármol. No mostraría pánico ni temor, aunque la cría del zorro me roiera las entrañas, no haría lugar al dolor. Estaba dormida, pero no con el sueño que todos percibimos. Su sueño era mayestático, teatral. El espectador no se sorprendiera si de su sueño despertara, diera por concluida la escena, y su cuerpo levantara.

Emanaba vida, no la que conocemos, sino aquélla que se descubre en el espíritu. En esa vida la expresión de su rostro era de respeto, de inmortalidad, de sumisión ante lo que muchos llaman la esencia de la vida, el ser supremo, Dios. Comprendí entonces el dicho: ¨Dios está en todas partes¨. En la imagen de su cuerpo, en su rostro, en la penumbra y el silencio de la sala. Y también en mí, en la inocencia, en la seguridad de mi convencimiento, que me hacía permanecer y descubrir lo que ya no era un misterio, de contemplar el espíritu antes materia inerte. ¡Ifigenia, no solloces, cara vendiste tu suerte, por aplacar a los dioses!.

Valiente Leónidas, que permaneció impasivo ante la muerte, pues vio más allá de lo que la misma impone. Inocente eres de cuantos abatiste. En un acto de compromiso sagrado en pie permaneciste, bañado en sangre hasta los codos, el deber cumpliste con los engañosos Éforos. Retirada a los miles pediste, e igual que el valeroso Aquiles, abatido por el dios Apolo, para hacer frente a la muerte los trescientos y tú sólo.

¡Entregad vuestras armas! -dijo el bárbaro- ¡Venid por ellas! -dijo el espartano-. Dispuestas las falanges, en el estrecho paso acorazados, se sucedieron los combates, cayeron miles de bárbaros. En el día de la muerte por Efialtes traicionados, dijo el Rey a sus adalides: ¡Desayunad bien espartanos, ésta noche cenaremos en el Hades!.

Calles y casas daban lugar en ocasiones a enormes edificios que llegaban hasta el cielo, atravesando nubes, sus cúspides parecían no tener fin. Lugar de discursos parcos y citas célebres. También descubrí en él, la relación existente, verdad o mentira, datos sorprendentes, y aunque me tachen de embustero, de loco, no hubo uno más grande que el propio Heródoto. Danaos y Danitas, Romanos y Troyanos, Hebreos y Helenos. Tumbas micénicas, cuyas lápidas rememoraban la huida del pueblo Hebreo de tierras egipcias, y su persecución entre las aguas desplazadas, por el ejército del gran Faraón. Troyas asediadas, como Jericó, hasta que cayeron sus murallas. Aquiles y Héctor, David y Goliat, David y Jonatan, Aquiles y Patroclo.

En él, conseguí descubrir el secreto no sólo del citado Aquileo, más conocido por Aquiles, al que la inseguridad de su madre le costó la inmortalidad, sino también el del colosal Hércules, que sin haber sido sumergido en el río Estigia, como aquél, gozó de igual manera de las bondades de los dioses. Conocí asimismo los hechos y hazañas del ya nombrado Leónidas mortal, que sabía su destino e intuyó su final: Amada Gorgo, ¨Cásate con un buen hombre y ten hijos sanos¨. ¡Voy a buscar a la muerte, con trescientos espartanos!.

Rotas las falanges, las malditas flechas ennegrecieron los cielos, como enjambres. Cayó el Rey, a la sombra luchando, surgió el mito, Leónidas vivificado. Derrota en la batalla, los trescientos postrados, antesala de la gloria de orígenes olvidados. El Rey debía morir, los Éforos hablaron, para que un pueblo pudiera vivir, sin ser súbditos, siervos, ni esclavos. Sólo dos se salvaron, distinta suerte tuvieron, al oprobio condenados por eludir la muerte en un deber sagrado. El Cristo Heleno, Dorio, Espartano, al que nunca hicieron Dios, por no entender su suerte, su significado. Hubo lugares destinados al culto, a la paradoja de su triunfo, que quedaron en la historia relegados por los dioses del Olimpo.

Lo sucedido siglos después sin lanzas ni hoplones con uves al revés, ni madres gritando: "Con él o sobre él", confirman iluminados, cada quinientos años repite el ser humano. Y dicen estos, que así como aquellos en su escudo lacedemonio enseñaban, infundían temor y al bárbaro amedrentaban, éste último, al enemigo se mostraba sin lanza, escudo ni espada, y como aquél Leónidas llamado, murió de igual manera, sin pica, escudo ni gleba, similar al fin y al cabo".

¡Viajero, si vas a Esparta, di a los espartanos que aquí yacemos por obedecer sus leyes!. ¡Viajero, si vas a Esparta, di a los espartanos que aquí yacemos heridos por el Hades, luchando a la sombra, ennegrecido el cielo, por los arqueros del bárbaro y déspota Jerjes.

Historias de y entre Oriente y Occidente. De Persas, Fenicios, Cartagineses, Helenos, Romanos, Mogoles, Árabes y Hebreos, Omeyas, Aztecas, Olmecas y Mayas, Cristianos y Judíos, Creyentes y Ateos. Imperios lejanos donde nunca se ponía el sol. Locuras humanas, consecuencia de no se sabe que ideal o ilusión. Leónidas exaltados, Nazis de nacimiento o por convicción. Humanos subyugados, Ilotas de todos los tiempos, Hoplitas de corazón. Esclavizados por sistemas y culturas, muchas de las cuales tomamos como ejemplo a seguir, sin importar los medios utilizados para sus fines conseguir.

Déspotas, Totalitarios, Monárquicos o Republicanos, Laicos, Teocráticos, Absolutistas o Democráticos, a los que en una u otra época tanto alabamos. Ni mil Quijotes, ni dos mil Cristos, ni doscientos Alejandros, ni trescientos Espartanos, ni tantos y tantos Césares en la historia registrados, son ejemplo y paradigma que descubra al ser humano. Mundos paralelos siempre se han dado. Sólo cuando los paramundos se han hecho fuertes, amenazadores, y ya son legión, se les considera dignos en la historia de ser tratados como alternativa y solución. Cambian los papeles, ahora estos son, quienes oprimen y castigan, hasta su decadencia y nueva destrucción.

Hay quién se refugia en los Quijotes, quién en los Leónidas, en los Césares, quién en los Cristos, quién en los Aristóteles. Nacen, viven y mueren sin descubrir que esos Quijotes, Cristos, Leónidas y Aristóteles, en ellos mismos estaban, de igual forma que su condición de Ilotas, de esclavos, a la que se abandonaban. Unos engañados, otros por temor, otros resignados, pocos entendían grandeza en su deshonor. Personajes en la historia olvidados, gracias a los cuales se habló, se habla y se hablará, de Mitos y Leyendas, de colosales hazañas y logros, de la grandeza y miseria de la Humanidad.

¡Viajero, si al Paraíso vas, di a los inmortales en la eternidad, que por obedecer sus leyes aquí yace el ser humano, llamado Rey de Reyes!.

Dicen que Pausanias en la batalla de Platea a Leónidas vengó, y por ser un hombre Heleno la cabeza de Mardonio su mano no cortó. Hipócrita espartano, que por las leyes de Licurgo esclavizaste a muchos griegos. Atemorizabais a quienes sobresalían, amenazando sus vidas, si no me falla la memoria con los grupos de las Criptias, pero eso es otra historia. Te mereces la Odisea que el destino te ofreció, aunque hayas sido parte, en los orígenes, de nuestra civilización. La batalla final, definitiva, la librará la humanidad en escenario sin igual, de blanco vestida. Te queda poco tiempo religión para enfrentarte a tus esclavos, Guerra de las Guerras, llamada Armagedón.

¡Qué gran revelación tuviste!, y te dieron a comer el libro. ¡Cuán dulce al paladar!, en el estómago amargaba. Hemos creado una bestia, ahora hay que devastarla. Su número 666, su nombre Politeia, su aliada en el combate la Gran Ramera, Babilonia la Grande, que manejó como Idiotas a la mayor parte del Orbe. Nosotros, los ¨Ilotas¨



Termópilas
-Leónidas, desde los Infiernos-.

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