Leónidas -Canto 2º-

-¡yaahh-hhhuu!-, -¡¿nene-lametesya?!-. Estaba claro, hablaban en árabe un tanto enfadados. Recuerdo que Elisa sabía varios idiomas. -Por Alí, por ála.......por Alá, pordose...... -¡selalamoyo!-,
-¡metemela!-. -¡Ah-eh-iihh-oohh-uuuh!-. Elisa sabía Frances, Birmano, Cubana, en su día le rectifiqué: ¬Se dice Cubano, y le añadí: -Es el mismo que el castellano-. Ese no lo conozco. No he tenido el gusto, -respondió-. También sabía Griego, y un idioma extraño que se llamaba el beso negro. ¿O sería Gitano?. Lo que nunca supe es que hablara árabe. ¡Y también!. Me asomé un tanto extrañado por la discusión, y miré por la rendija, ¿o se dice raja ?, con discreción, por la puerta en su parte más baja, y entré en situación. Elisa se alzaba sobre el negro zumbón, que salía y entraba, entraba y salía. Abierto el debate se debatía, entre dos brazos morunos de nata y chocolate. Uno ya cocía, el otro en su boca cocerse quería. Me esperaba una sorpresa mayor, al darse la vuelta Elisa y ver, que entre sus piernas lucía un cimbreante pincel, que pronto ocultó boquita de joven doncella, eso dijera alguien y eso quisiera ella, que con sus labios y boca engulló. No me quise quedar hasta el fin. Imagino que Elisa quedó más blanca que un arlequín, cuando el Big Bang sucedió, transformando su nombre en Andrómeda, que la Vía Láctea engendró. Dejé el ramo de flores sobre la mesa, y en la nota ya escrita escribí, bajo la frase: ¨Que el olor de la rosa te recuerde a mí. Que su aroma recuerde nuestro amor¨ -Aquí-:
¨Que los negros no se peen, que no se tiren un pedo, sino sabrás el olor que desprenden los negros más feos. Al recordarme recordarás, el aroma de los infiernos, cuando corte el pincel tan molesto que impidió nuestro amor violado por estos ¨
-Tiene una salud de hierro, cuídese mejor-. -Tome mucha fruta y verdura, nada de alcohol-. -Reduzca el tabaco, vitamina C por un tubo, naranja y limón-. -Que no bajen las defensas, periódica revisión-. -Ejercicio moderado y diario, practique la natación, en las relaciones sexuales tapado, si son estables mejor-. ¬Se me olvidó preguntarle, si estables con una o podían ser dos. -La medicación a sus horas, sagrada comunión-. -¡Qué ud. no está enfermo!, se lo digo yo-. -¡Arriba ese ánimo!, la enfermedad está lejos, sólo ha estado en contacto con un virus matador, que terminará matando si sigue los consejos de su inmunólogo doctor-.
-pensé-. Salió Abdullah y se quitó la bata. ¬Vamos a comer algo Leo, la niña estará dormida un buen rato. Salimos de la tienda. Observé baterías antiaéreas, una plataforma lanza-misiles y varios carros de combate, así como seis avionetas y algunos helicópteros. Entramos a otro barracón, en una especie de comedor. Nos sentamos en el suelo y se acercaron dos hermosas palestinas que traían varias fuentes con comida. Abdullah habló con las mujeres, se miraron una a la otra y rieron discretamente. ¬Ellas se ocuparán de la niña. Y tú Leo, ¿qué vas a hacer?. ¬Aún no lo tengo decidido, -contesté-. ¬¡Aixa!, prepara otra cama en mi tienda, -dijo a una de ellas-. Acabada la cena, una de las mujeres nos ofreció una bebida, que según Abdullah no llevaba alcohol, pero sabía tan fuerte como la arsenta. ¡Salud!, -dijo Abdullah bebiéndosela de un trago-. ¡Salud!, -dije imitándolo-. No lo pude soportar y estalló la tos en mi garganta. Abdullah soltó una carcajada. ¬La falta de costumbre amigo. ¡Salgamos!
Estaba anocheciendo. La luna menguante parecía el estandarte de la tierra en que me hallaba. Abdullah se volvió a ausentar. El cielo despejado y tranquilo, ajeno a lo que podía suceder en cualquier momento, un ataque israelí o un ataque de Al-Fatah. Dudé por un momento en mi misión. ¿Debía comunicar del contingente y armamento?, o dejarme llevar por los argumentos de Abdullah y unirme a ellos. Manasés estará esperando, Hamás no se anda con chiquitas, -pensé-, pueden morir muchos civiles inocentes, aunque para Abdullah no lo sean tanto. Llegó la noche y me fui a dormir con la intención de tomar una decisión al día siguiente. Estuve toda la noche en vela, debatiendo los porqués, los motivos, el sinsentido del conflicto. Las posibilidades de una convivencia pacífica, de respeto a los lugares santos de cada uno, entendiéndose en los nexos de unión de las tres creencias que no eran pocos. Pensé en Abraham y en su dios, en Isaac e Ismael. También en la Kaaba y su piedra sagrada, que descendió a la tierra desde los confines del universo más blanca que la leche, pero los pecados de los hijos de Adán la volvieron negra. Lugar en que se practicó la idolatría, adorando a multitud de ídolos y deidades, hasta que llegó Muhammed y destruyó todos estos falsos dioses para instaurar el monoteísmo de Abraham. Donde según cuentan, el profeta sólo respetó la imagen de la Virgen con el Niño. Jerusalén, desde donde Muhammed subió al Paraíso sobre la yegua alada llamada Burak, desde un lugar santo para los israelitas, el Haram- ach-Charif en la colina de Moria. Donde David construyó el Ara, y Salomón el primer templo Judío. Amanecía, no tenía nada claro y debía tomar una decisión. Diera o no diera información se iban a producir muertes de inocentes. Abdullah tenía razón, era un conflicto de ellos y entre ellos. Ayudar a unos era perjudicar a los otros. Yo no tenía una motivación patriótica o ideológica, sino egoísta. Tomé una decisión. Volver a mi tierra.
Abdullah me ofreció toda la ayuda necesaria para mi regreso. Le dije a Abdullah mi deseo de tener noticias suyas y de la niña. -Así será, me dijo-. Durante el viaje de regreso, en sueños, recordé a mis padres. El velo que cubría mi memoria había desaparecido. Mis ojos se abrieron al dejar atrás un mundo que no era el mío. A lo largo de los años mantuve contacto con Abdullah y Nadiya. Ésta fue adoptada por él. Hablábamos por teléfono. También, de vez en cuando, llegaba algún correo. Las últimas cartas de Nadiya venían sin remite, sólo el nombre. En unos días llegaría Nadiya con la intención de pasar aquí algunos meses, ampliar sus estudios y el conocimiento del castellano. Estaba ansioso esperando su llegada, deseando verla. Me dediqué a preparar su venida. Limpié de arriba a bajo, ordené toda la casa y cambié mi habitación, pensando que Nadiya estaría más cómoda en la mía, frente a la ventana. Había llegado el día. Me levanté temprano, de hecho poco dormí esa noche pensando en el encuentro. Pero Nadiya no llegaba. Quedé en el sillón dormido, no comí. Ya era avanzada la tarde, sólo estaba a la espera. Sonó el timbre. Abrí la puerta. Ante mí estaba Nadiya, hermosa, con su pelo y ojos negros, como salida de un cuento de las mil y una noches. Era más alta que yo, aunque no era necesario ser muy alto para pasarme en altura. Su voz, muy distinta a la escuchada por teléfono. ¡Nadiya!. Nos dimos besos y abrazos. Hablamos largo rato de su vida en Nablús, de sus inquietudes y aspiraciones, también de Abdullah, y de mí. Quería conocer muchas cosas, sitios y lugares, a la gente, aprender bien el idioma, y sobre todo estar a mi lado. ¬Deberías haber venido algún que otro año a mi tierra. ¬No podía, es muy difícil sin involucrarse en el conflicto. No podría soportarlo. El estar allí, creaba en mí un estado de ansiedad y confusión. No era feliz, por eso regresé. Además, el hecho de permanecer o regresar suponía aceptar la lucha armada y no me sentía motivado ni decidido a tal cosa. Pero disfrutemos ahora de nuestro encuentro. Regalémonos nuestra sonrisa, nuestra compañía y nuestro conocimiento. ¬Aunque no hemos dejado de hablar ni una sola semana, -dijo-, quiero que sepas que deseando verte te he echado mucho de menos. ¬Yo también a ti Nadiya. Le enseñé su habitación que había preparado. ¬Acomódate, mientras bajaré un instante. Necesito hacer unas compras. Bajé con la intención de comprar champagne, lo pensé en último momento. Al regresar todo era silencio. Nadiya había caído rendida y medio desnuda sobre la cama. No supe que hacer. No sabía su reacción, pues era mujer árabe, con otra cultura y religión. Decidido, entré en la habitación. La blusa entreabierta y la falda a la altura de las rodillas dejaba al descubierto su cuerpo, únicamente vestido por unas braguitas y unos transparentes sostenes que dejaban ver sus pezones oscuros, como sus ojos. Le quité la blusa, los zapatos y la falda. La hice a un lado y abrí la cama. Nadiya despertó. Estaba medio aturdida, como si hubiera tomado algún sedante. Le di de nuevo la vuelta y cubrí su hermoso cuerpo con las perfumadas sábanas. Alzando los brazos me sorprendió con un beso. ¬Gracias Leo. Apagué la luz y salí de la habitación. Aún no salía de mi asombro por la reacción de Nadiya. Ni tampoco se iba de mi mente la hermosura de sus encantos.
Me desperté pensando en ella, en sus veinti pocos años. Sonó el despertador. Las ocho y treinta. Me levanté con la intención de despertar a Nadiya, para aprovechar a su lado más horas del día. ¿Leo?, -se oyó desde el baño-. Estoy en el baño, -dijo-, ve tú desayunando, salgo en un momento. La imaginé mojada y desnuda bajo la lluvia de la ducha. Preparé el desayuno. Al rato apareció Nadiya, como una diosa. Vestía un camisón que dejaba ver sus rincones más secretos. Quebró la tostada que estaba mordiendo, cayó sobre el café, salpicó mi camisa y también el mantel. Nadiya, detrás de mí, tapó mis ojos con sus finas y cicatrizadas manos. Noté sus pechos sobre mi nuca, -dijo: "Hoy eres todo para mí". ¬Sí, si encuentro una camisa limpia. Soltó una carcajada, al tiempo que yo, sonriendo, giré mi cara. Sus pechos danzaron una y otra vez sobre mis mejillas. La abracé. ¬¡Desayunemos!, más tarde iremos a recorrer la ciudad. Pasamos el día visitando museos, jardines y monumentos. Contemplamos la puesta de sol y fuimos a cenar a un restaurante francés. Después, cómo no, brindamos con champagne, por ella, por mí, por Abdullah, por nosotros. Ni una gota quedó. Aunque un poco lejos, nos acercamos al mar. Cerca de la orilla nos dejamos caer sobre la arena y escuchamos el murmullo de las olas. Nadiya se dio la vuelta y subió sobre mí, a horcajadas. ¬¿Sabes porqué las estrellas tienen nombres árabes?. Sin esperar mi respuesta, -prosiguió-. ¬Porque somos las que más brillamos, por que lo árabe está hecho para el placer de los sentidos. Lleno mi boca con su pecho. Absorbí el manantial de vida que rescaté hacía años. Su boca besó la mía. Me dejé llevar. Nos amamos.
Transcurrieron los días, las semanas. Nadiya se adaptó muy bien a la sociedad en que vivía. Cosa que me sorprendió, pues nunca había salido de la tierra en que nació. Me confesó su deseo de visitar Francia. De ver la Torre Eiffel, la original Estatua de la Libertad, los campos Elíseos, el Louvre. ¬Tus deseos se cumplirán. Terminada tu estancia viajaremos a París, antes de regresar a tu patria. Patria, que por otro lado noté que cada vez echaba menos en falta. Todas las semanas llamaba a Abdullah. Me extrañó que siempre hablara con él en árabe. ¬¿Porqué no hablas en castellano con Abdullah?, -le pregunté-. ¬Es que me da vergüenza, -me dijo-, todavía no hablo con fluidez y nos entendemos mejor en nuestro idioma. Era una muchacha extraordinaria, me llenaba por completo. Además de su encanto femenino, desprendía una madurez que no era propia de su edad. El tiempo que pasé en aquellas tierras tenía ahora su recompensa. Era generosa, dispuesta y servicial. Al fin y al cabo tenía yo razón. La educación, el estudio, la formación, habían hecho de Nadiya una persona culta, tolerante, con inquietudes y sin fanatismos religiosos. Toda una señorita, y además una belleza oriental y exótica. Esa mañana Nadiya se había puesto las pilas. Le estaba dando un repaso a la casa. Yo estaba en el sillón repasando unos apuntes de la Grecia Clásica, sobre teatro. Quedé dormido en un profundo sueño. En el sueño, vi a Nadiya subir una escalera. Y se apoyaron mis manos en sus caderas. Jugaron ansiosas, ligeras, en su adorado rincón. ¬¡Oh Leo, oh Leo, oh Leo!. ¬¡Coorteen!, -se oyó-. ¬¡Nadiya, lo haces muy mal!. ¡Tienes que ser más veraz!, ¡Tiene que ser más real!. Da la impresión que inicies lectura, oleo, oleo, oleo. O más bien que vayas a hablar de pintura. ¬Tu expresión debe ser: ¡Leo, Oh Leo!, ¿de acuerdo?-. ¬Si, sí, pero es que me meo, y no me puedo aguantar. ¬Bien, -dijo-. Cinco minutos de descanso. ¬¡Ves a mear!. Yo soñando soñé, convertido en retrete de oro, que Nadiya se alzaba la falda, y en cuclillas, a un palmo y sin tocarla, comenzó a vaciar su vejiga. Acercar intentaba a mi boca, sin poderlo, su ansiada entrada. Ayudando mis manos, a derecha e izquierda sujetadas a la taza, cuando Nadiya bajó bien el telón y cayó la entretapa. Se sentó. Un dolor intenso en mis manos noté, y en un instante, sin hacer caso olvidé, cuando un beso a su boca con lengua le di, y al mezclarse el dolor y el placer, resbalaron mis manos de la taza cruel, al mirar su mansión alejarse de mí. Bajo el agua observé su portal, y su nota enmarcada en transparente y delicado cristal, su lámina dorada, se alejaba cada vez más dejando en mi boca el sabor del fruto ofrecido y querido, que con intenso dolor unido al ruido, suceder sucedió, que despertar desperté por tales motivos. Me despertó un estruendo. O eso me pareció. ¬¿Nadiya?. ¬¡Me ha caído una caja!, en la habitación, -dijo-. ¬Una caja muy grande, por el ruido. ¿No será un cajón?, -le pregunté-. ¬Guardar quería en la caja una bolsa que ahora no encuentro, y buscando y buscando se produjo el estruendo. ¬¿Una bolsa blanca, a rallas?. ¬Azul y rosa, sí. -dijo Nadiya-. ¬Está en el salón. Le traje la bolsa. La abrí. En su interior, cinco o seis móviles vi. -Le dije: Con tanto aparato no te va a faltar comunicación. -reímos los dos-. ¬Era una oferta, en la tienda de móviles, -dijo-, cierra el negocio, próxima liquidación. Anunciaba productos a mitad de precio, en los escaparates de la misma expuestos, -prosiguió-, no perdí la ocasión, que los compañeros de clase interesados estaban, también yo. ¬Una vez despertado, terminemos la tarea que habíamos empezado. Mientras tú limpias la cocina yo limpiaré el salón. ¬¿Tú no quieres uno Leo?, -preguntó-. Oh no, mi móvil funciona perfectamente, no deseo cambiarlo, dejémoslo. Y entre bayetas y líquidos, plumeros y trapos, preparada la orquesta empezó la función. Pasó ante mí Nadiya, insinuante, con su corta blusa, nada detrás, nada delante, pequeña y cortita. Imaginé a Nadiya en el sillón, dejada y lánguida escultural imagen egipcia. Sus mármoles alzados, distantes, seductores, de sibilinas áspides encantadores, de sus bosques y senderos penetrantes, otras placenteros. Sonaba una música, era un blús. Nada escondía la blusa comprada en Jenín, tejida en Nablús. Sus glúteos daban pequeños saltos, con el ritmo de sus caderas, al compás de sus pasos. Terminó la imaginación del sueño. Subió Nadiya, monumental, como una diosa, escalones y peldaños de la escalerilla. Ascendió al altar para mejor su prenda mostrar, desde lo alto, en el santo pedestal, y poder subir al cielo como un santo rosario, al paraíso celestial, acceder mejor al armario y mejor poder limpiar. ¬Pásame esa bayeta Leo. ¬Le acerqué el trapo. Me sentí Hércules frente a sus columnas, con el capitel sin velo, cubierto por un pequeño y frondoso bosque de algodón negro. Mi corazón latió desbocado. Escuche de Nadiya aceptar con agrado, sus pequeñas risas, cuando en sus nalgas puse mis manos, largo rato, intentando encontrar la entrada de su rincón más grato. Al final, la encontré. Hundí mi dedo en la llaga, profundo, y con el pulgar su punto acaricié. Nadiya gemía: ¬Leo, Oh Leo-. Y con el otro dedo jugaba, entre los pliegues de terciopelo. Sus manos apoyadas en la mampara. La escalera temblaba. Nadiya empezaba a estremecer. La entrada de par en par. Ya no hacían falta manos ni dedos. Acerqué mi boca al manjar, y en mi lengua noté el sabor celestial, que ofrecía Afrodita seducida por Eros. Tambaleó la escalera, cogí a Nadiya al vuelo, antes de que llegara al suelo. Y en el mismo acabó, como gata en celo, sobre mí, lo que limpiando y soñando empezó. ¬Te voy a hacer tan feliz como tú a mí Leo, -dijo-. Poco a poco, sus dedos me desnudaron. Mordí sus pechos, y como la madre a la cría la hice subir al lecho. Puso su boca en mi hombría, la rozó suavemente con sus mejillas. Entre caricias y besos se deshacía, y con su boca y su lengua logró poner fin a la tan ansiada ofrenda. Yo gemía. Ella, sorbo a sorbo gruñía. Nada fuera quedó de la esencia querida, que con tanto empeño absorbió llenándose de vida. Quedamos dormidos, un rato, en la cocina. Y de nuevo el trabajo empezó, en un qué así, subiendo de nuevo a la noria, en un acto de enamorados que no tiene principio ni tampoco fin.
Después de tan agradable rato y alejado el stréss, encendí un cigarrillo. Inocente dijo Nadiya: "Une cigarette se llama en francés". Terminamos la tarea empezada antes del lapsus de amor, de deseo y de ansias por los dos aplacadas. ¬Hoy no cenaré Leo. Estoy muy cansada, me voy a la cama. Buenas noches Leo. ¬Buenas noches amor, hasta mañana. Apuré otro cigarrillo. Recordé sus palabras: "En francés cigarette", -me hizo gracia-. Antes de ir a dormir, me hice un vaso de leche caliente. Le preparé otro a Nadiya. Entré en su habitación, estaba dormida. Lo dejé al lado de la cama y salí sin hacer ruido. La habitación desprendía un agradable perfume. Fragancia en el baño usada, en nuestras almas, que suave resbalaba, en nuestros cuerpos, fundiéndolos vivos, en egoísmos muertos. Apagué las luces y me acosté. Desde mi habitación, contemplé la ventana abierta al lado del escritorio. Hacía calor. Las cortinas inmóviles, ni pizca de viento. De pronto asomó la luna, llena en su esplendor. Pensé en Sancho, cuando dijo, y si no lo dijo en su momento, lo digo yo ahora, me lo invento: ¨Que el refocilar y yogar es lo mismo que el dormir y yantar. Que comiendo se empieza lo que se termina durmiendo, satisfecho en la mesa aceptada que se ofrece ofreciendo¨. La luna llegó a la cortina, empezó a partirse en dos, dejando la sombra de su reflejo sobre la puerta de su habitación. Apareció de nuevo el estandarte Islámico sobre la misma plasmado. Era casualidad, pura coincidencia. Nada no explicable por la ciencia. ¿O era su tierra que la reclamaba?. ¡O su Dios, que con su dedo la señalaba!. Más ateo que nunca, -pensé, jactándome-. ¡Qué había sido mi dedo!, el que señaló primero. Comienzo de un largo vuelo que sobre Burak cabalgó hasta alcanzar las puertas del cielo. ¡Después fue mi lengua!, que no su tierra, quien a Nadiya reclamó. Abiertas las puertas, temblar las columnas, correrse los pliegues, separadas y juntas. Alzar la montaña roja en su punto, y descender el volcán después del placer buscado con gusto. Me dormí. Aunque alguien lo dude, en los brazos del sueño caí.
Amaneció el día nublado y triste. Nadiya no estaba. Una nota en la cocina decía: ¨Buenos días Leo, no vendré a comer. Comeré con Karím, un amigo. Hasta luego. Besos, tu palestina amada¨. Por un momento me sentí contrariado, furioso. Me había enamorado, estaba celoso. Era mi día libre, sin serlo. Lo cogí para estar con ella, parecía un animal en celo. Me sentí como el niño llorón, al que han quitado el caramelo, llorando en un rincón. Ocupé el día en ordenar papeles, apuntes. Lo aproveché para leer el último libro comprado: ¨Termópilas¨. Su protagonista Leónidas, mi tocayo. Me quedé dormido y soñé con trenes eléctricos, a vapor, negros y blancos. Los negros ardían en llamas, al cielo subían los blancos. Seguían a Nadiya, desnuda, montada en su caballo alado. Desperté sobresaltado. El puchero en el suelo, volcado. Por el suelo el guisado echado. Si me hubiera visto Nadiya, como un perro, sorbiendo y mordiendo los restos del estallado puchero. Desperté de verdad, y comprobé, que el soñado puchero estaba a punto de estallar. Me levante corriendo y apagué el fuego. Y quiero a uds. hacer ver, lo que un puchero y guisado puede dar de comer. ¡Lo que con un guisado y puchero soy capaz de soñar, y soy capaz de hacer!. Y a quien escandalizado esté por éste relato, en sus escenas espero entiendan erótico, y no pornográfico. No quepa la duda que han sido tratadas con la más fina y minuciosa estética. Que nadie se rasgue el vestido, todo es cordura, todo es retórica. Y voy a seguir el relato, Nadiya a punto de llegar está. ¿Erotismo habrá más?. ¡Picarones, deseándolo estáis!. Llegará con Karím, y erotismo no habrá más hasta el fin. El erotismo de la muerte, del destino y su botín, que será la vida que salvé hace años creyendo la mía. Sangre en las escenas donada, que derramé hacia el cielo y que absorbió Nadiya.

Se abrió la puerta. ¬¿Leo?-. ¬Sí, -contesté-. ¬Creí que no estabas, -dijo Nadiya-. ¬Eso quisieras tú, -pensé celoso-, para metértelo en la cama. ¬Te presento a Karím, con el que he comido, te lo escribí en la nota, no lo olvido. ¬¡Ah sí!. Perdona Karím, -me hice el despistado-. ¬¿Cómo estás?, siéntate, prepararé unas tazas y tomaremos café. ¬¡Oh no Leo!, sentaros los dos y charlad un rato, las preparo yo. Nos sentamos a tomar café. Hablamos de sus proyectos, de los motivos que le habían traído hasta aquí. Me dijo que estaba interesado en la política, y que quería prepararse para ayudar a su pueblo, a su país. -Deduje que era palestino-. Irremediablemente surgió el tema del conflicto con Israel, cuando yo le dije: ¬¿Qué país?. Se enojó. Tuve que echar mano de mis conocimientos de historia, para recordarle que Palestina como Nación, Estado o País, nunca había existido. Que fue Adriano quien empezó a llamar burlónamente ¨Palestina¨ a la tierra de Israel, recordando a los enemigos bíblicos de los Judíos, los Filisteos, y que en todo caso, ya que decían ser descendientes de estos, su existencia como país sería la franja de Gaza. Recordé una conversación parecida con Abdullah. Por lo tanto, le dije: ¬Israel no ha quitado las tierras a ningún estado o país árabe llamado Palestina. Un País, una Nación, lo forman las personas unidas por unas raíces, un idioma, una cultura, y a veces una religión. ¬Me das la razón. Otro que tal pensé, sino se la doy él se la da. ¬Además, Jerusalén ha sido y es para nosotros un lugar santo, tanto como para los Cristianos o Judíos. ¬¿No será por el caballo alado llamado Burak, con el que subió Mahoma al Paraíso?, -pregunté, y proseguí-. ¬Mahoma murió en Medina y está enterrado en lo que fue el patio de su casa, ahora convertido en una Mezquita. ¿Cuál es vuestro libro sagrado, no es el Corán?.
Pasó la noche. Ya despuntaba el día. Oí ruido en la cocina y me levanté. ¬¿Nadiya?. ¬Sí Leo, -contestó-. ¬¿Qué haces levantada tan pronto?, son las seis treinta de la mañana. Nadiya estaba ya lista para salir. Había desayunado galletas de régimen con café y un zumo de naranja. ¬Tengo mucha prisa Leo. He quedado con algunos compañeros de clase. Vamos a una manifestación, y después a una conferencia sobre derechos humanos. Nos vemos luego. Adiós Leo, -dijo en voz baja-. En la boca me dio un beso. Cogió la mochila y cerró la puerta. Me sorprendió su actitud y sus prisas. ¬Hasta luego Nadiya, le dije a mi amada, su cuerpo volátil, la puerta cerrada. Me senté a la mesa, desayuné y bajé a comprar el periódico.
Una vez en casa, al pasar frente a su habitación, comprobé que había olvidado libros y apuntes que solía llevar a clase. Recordé que iba a una manifestación, y después a una conferencia. La radio puse, y el periódico a leer me dispuse. El titular decía: ¨Indignación en el mundo Islámico, por la agresión hacia Iraq. ¨No hay armas de destrucción masiva¨. ¬Cerdos imperialistas. De nuevo me intranquilizó el pensamiento de que Nadiya pudiera necesitar los libros. El hecho de haber madrugado, precisamente para poder asistir también a clase. Además, no era fin de semana. Decidí llamarla. Entonces recordé que no disponía de móvil. Llamaron a la puerta. Abrí, -era el portero-. ¬¿Señor Leo?. ¬Sí, el mismo. ¬Esto es para usted. Lo termina de dejar un muchacho joven.-Karím, -pensé-. ¬Gracias caballero. Cogí el móvil y llamé a Nadiya. Para mi sorpresa, la llamada se oyó en su habitación. Olvidó también el móvil, las prisas, -me dije-. Extrañado, busqué su móvil con la intención de encontrar el número de algún conocido que la pudiera informar. No estaba a la vista, seguí su rastro y lo encontré bajo la cama, en el suelo, sobre un libro. Cogí el móvil y volví a mirar el libro. ¨El comportamiento Humano en el medio hostil Urbano¨. Lo ojeé. En su interior aparecieron dos folletos. Me sorprendió el primero de ellos. No creí que Nadiya fuera creyente. Eran los Suras Coránicos. En la radio interrumpieron la emisión para dar una noticia. Me acerqué al salón con el libro para poder escucharla:
¨Interrumpimos la programación para notificar sobre la explosión de varios artefactos en distintas líneas de ferrocarril¨. Todavía no hay datos sobre el número de víctimas. ¨Se baraja la posibilidad de que haya sido la banda terrorista ETA¨.
Al oír esto último caí sobre el sillón, dando un suspiro de alivio que pronto dejó su lugar a otro bien distinto, cuando la locutora prosiguió: "Se espera la comparecencia del Ministro del Interior. Otras fuentes apuntan hacia el terrorismo islámico". Quedé recostado, el libro cayó de mis manos, la mente en blanco. La mirada fija en los pies, donde el segundo folleto había llegado, despacio, poco a poco, resbalando. En el que podía leerse: ¨Inmolación¨. Estrategias de Nadiya Burak. Me pareció oír el sonido de la sirenas, de las ambulancias. Ya no llegaría el auxilio, por partida doble había fracasado. Yo había sido la bomba, Nadiya el medio. El fracaso de mi egoísmo. En un momento de lucidez, fantaseé con la idea de haber empuñado un Kalashnikov y puesto Kefía. Escuché a Abdullah decir: ¿Qué importa no haber servido a Hamás hace quince años, si ahora lo has hecho con creces, hermano?. Volví a la habitación que seguía desprendiendo el agradable perfume. Cogí su móvil y el mío. Comprendí entonces la estrategia de Nadiya. Ya estaría camino del cielo, de su tierra querida. La llamé de nuevo esperando la séptima. Nunca llegó, en su lugar...recordando intenté recordar, si fui yo o ella a mí, si fue antes o después, quien al otro contagió con el virus del terror, al cortarse mis muñecas esposadas con la muerte y abiertas al dolor. Se derramó la sangre. Con la última llamada me absorbió la vida. Si el lector le da la vuelta a la tortilla podrá comprender, que en la historia no hubo travestí, sino hombre que quería ser mujer. Enamorado de Elisa, de ti y de mí, yo fui el travestí. De su cuerpo en el mío, de Nadiya y Elisa, de las dos. Que Nadiya no era la niña, ni Elisa tampoco era yo. En el día de la muerte, siete en la mañana, asomando el sol, en la última llamada Elisa dio un suspiro, cuando en voz muy baja, al cerrarse la puerta dijo un adiós. Se marchó Nadiya, me abandonó en su caballo alado, en el que mi cuerpo voló, en la llamada citada, al producirse la séptima en la esperada explosión.
I acabar vull la història, també en la llengua mare, no creeu que es va produir una explosió. En el seu lloc, vaig llegir uns missatges de Abdullah y del negre Karím, del xics bonicots, dient-li a Nadiya que preparara el forn, que l'esperaven a França, i abaixant de l'avió, ja podrien entrar-li el seu -¨Patanbó¨-. I acabant la faena, després de adaptar-ho en la Torre, en el pijot, podrien tots ballar el ball de la mort i de la vida, el ¨Chéquinpatambo¨, que és l'Al-corá, la bíblia de l'infern, del terror, de la mort i de la carn.
¨La carn és a la carn¨
- Ausiàs March -